En el sitio counter-currents.com se publicó hace cuatro días el siguiente texto firmado
por Chad Crowley que presentamos en castellano, el cual es una serie de filosóficas
reflexiones y orientaciones relativas a la permanencia y supervivencia de la
gente occidental Blanca, enfrentada a un hegemónico establishment izquierdista, del cual el autor señala sus
debilidades que son a su vez nuevas oportunidades para otros. Recalca, sin
embargo, la necesidad del auto-fortalecimiento como único modo de resistir las
tribulaciones del Ragnarök.
Mucha atención ha sido invertida en la
idea de que el (re)establecimiento de un etno-Estado Blanco tiene una
importancia suprema y que es de preocupación inmediata para nuestro movimiento
y nuestra gente. A primera vista esto parece incuestionablemente así.
Sin embargo, los primeros vistazos son a menudo ilusorios. Los individuos más
perceptivos entre nosotros comprenderán que el cambio transformacional tiene
que comenzar primero dentro de nosotros mismos, individualmente, con el cambio
colectivo ocurriendo más tarde. Si como europeos no somos capaces del cambio
fundamental dentro de nosotros mismos —físico, espiritual y metafísico—
entonces ¿cómo podemos esperar que un etno-Estado Blanco de algún tipo sea
exitoso?.
En El Hombre y la Técnica, Oswald
Spengler muy correctamente indicó que el ritmo de la civilización ha cambiado.
Este tempo aumentado se refiere a la noción de que lo que hacemos ahora
en el presente tendrá exponencialmente más efecto en la trayectoria del destino
humano que todas las acciones históricas pasadas. Como tal, no tenemos derecho
al lujo de cometer errores.
Los pueblos europeos Blancos han hecho
miles de migraciones a través de los milenios, y es la creencia de este autor
que si la creación de un etno-Estado Blanco (o Estados) es hecha sin abordar
los problemas que plagan a nuestra raza hoy —tanto internos como externos—
entonces aquellos problemas sólo serán transpuestos a un nuevo lugar
geográfico. Una transformación monumental que catalice la modificación total
del paisaje geopolítico global requerirá una transformación y una revolución
desde dentro, en el nivel individual, por medio de la creación de una "conciencia
revolucionaria". Sólo entonces la transformación puede propagarse
colectivamente por todas partes.
Escribiendo acerca de Nietzsche, Martin
Heidegger preguntó: "¿Está preparado el hombre, como es el hombre en su
naturaleza hasta ahora, para asumir el dominio sobre la Tierra entera?" [1].
Inequívocamente y sin ninguna duda no lo estamos, pero cumplir las
desalentadoras tareas en vista de nuestra raza presupone que debemos estarlo.
Entonces la pregunta está planteada: ¿cómo cambiamos nosotros mismos?; ¿cómo
nos liberamos de la falsa narrativa que es el miasma de la post-modernidad y
nos movemos con energía hacia un futuro glorioso?.
Hay sólo una respuesta, y es muy simple: nosotros luchamos. Más
exactamente, debemos prepararnos física y espiritualmente para las inminentes
luchas metapolíticas que enfrentamos actualmente y que enfrentaremos en el
futuro. La Historia nos ha enseñado que "Los
fuertes hacen lo que quieren, y los débiles lo que deben", y de esta
antigua máxima de Tucídides sabemos que nuestra lucha requerirá copiosas
cantidades de fuerza tanto física como espiritual. La fuerza en este aspecto no
está en referencia a ninguna absurda noción neo-darwinista de que "la fuerza es lo correcto" (Might Is Right) sino más en el
espíritu del filósofo griego Heráclito, quien postuló que el contenido del
carácter de alguien es una opción propia y que, de día en día, lo que usted
hace es aquello en lo cual usted se convierte [2].
[2]
Robin Waterfield, The First Philosophers: The Presocratics and Sophists,
Oxford University Press, 2009.
Eso significa, en nuestro contexto particular, que la fuerza
necesitada por los individuos de nuestro movimiento es la fuerza para resistir
de día en día. Nosotros, como individuos y como movimiento, debemos prepararnos
para soportar el continuado escarnio y la censura de parte del establishment
liberal y humanista, y más destacadamente de parte aquellos más cercanos y más
queridos nuestros. Probablemente en los próximos años esos ataques sólo se
harán más grandes en su escala y más feroces en su naturaleza.
Así, la lucha para transformar y para
sobrevivir a la próxima embestida presupone que nosotros debemos primero
endurecernos, física y espiritualmente, y sublimar nuestra identidad individual
hacia un espíritu de unidad, no proyectada por nuestra gente desde la Segunda
Guerra Mundial. Nuestro objetivo no es sólo la supervivencia racial, o un mero
tomar un asiento en una "mesa multicultural", sino el logro de una
magnífica prosperidad. Nuestros progenitores arios no se conformaron con algo
menos que una gloriosa transcendencia, y nuestro reavivamiento de aquella llama
ancestral no será diferente.
El economista español del siglo XVII
Martín González de Cellorigo, especulando sobre lo real y lo ilusorio, creía
que su amada España se había convertido en una "república de hombres
hechizados, que viven fuera del orden natural de las cosas", y esa
consideración suena cada vez más verdadera en el Occidente post-moderno del
siglo XXI que en la España imperial del siglo XVI [3]. "Postmodernidad"
es el concepto filosófico que encapsula el espíritu de decadencia que corre
desenfrenado a través de todo el mundo occidental. Sus deletéreos vástagos de
gran alcance han logrado cautivar nuestra "alma
fáustica", y como tales deben ser aniquilados.
El post-modernismo rechaza toda verdad
objetiva, y es por medio de ese anarquismo epistemológico —intrínseco a su
naturaleza— que el artificio del universalismo
parece orgánico más bien que antinatural y postizo. El científico político
francés Pierre Manent postula que la post-modernidad es un proyecto, y como un
proyecto nihilista su objetivo último es la disolución de la verdad, mediante la transmisión de una
abstracción carente de sentido a todas las facetas de la existencia. Pero ella puede
y deber ser destruída.
En su núcleo, la post-modernidad es
solamente una hiper-crítica, y por esa razón el concepto ha sellado su propia
desaparición, o al menos ha mostrado su debilidad. Para combatir la hiper-crítica
uno sólo tiene que estar en posesión de una verdad más alta, una verdad que
tenga la capacidad de trascender lo mundano, lo que la hace incorruptible
frente a los procesos de disolución que constituyen el pensamiento post-moderno.
La necesidad de preservar la raza blanca y
la civilización occidental es una verdad trascendente, pero, como todas las
creencias, requiere adherentes capaces de defender su especial importancia.
Nosotros somos los defensores de esta fe verdadera, y como militantes de la
raza tenemos la capacidad de vencer la perversión que es el mundo post-moderno.
Sin embargo, para hacer aquello debemos formular un conjunto incorruptible de
ideas presupuestas y centradas en el ideal de que la raza blanca no sólo está
destinada a sobrevivir material y biológicamente, sino también destinada a ser
gloriosa. Al final, es este profundo sentido de esplendor el que procuramos
reclamar.
La post-modernidad es el punto de apoyo
metapolítico que la hegemónica "Nueva
Izquierda", la Escuela
de Frankfurt y su degenerada descendencia utilizan cuando
vomitan sus disolutivos improperios. En un mundo de relativismo moral y
universalismo, el "talón de Aquiles" de un sentido omnipresente de
hiper-crítica es la creencia resuelta en una causa que está más allá de la mala
reputación y, como tal, inviolable. La prosperidad de la raza blanca es sólo
tal causa, pero necesita defensores incondicionales. La cosmovisión liberal y
humanista se basa en las nociones duales de "liberación" y
"justicia social", que son solamente reflejos del espíritu de
disolución que es la post-modernidad.
La teleología última de las fuerzas disolutivas que constituyen la post-modernidad
es el caos; las nociones de "liberación" y "justicia
social" son sus agentes contemporáneos. El objetivo del caos de la
post-modernidad es la emancipación universal de las normas raciales y
culturales y de los valores de la civilización europea. Para combatir la post-modernidad
debemos reforzar nuestra resolución colectivamente, como movimiento,
mejorándonos a nosotros mismos individualmente. Nuestra lucha es una
"guerra sagrada", una que es tanto supra-política como supra-humana,
y como tal requiere la creación de un "Nuevo Hombre", del Übermensch.
Nuestra lucha racial y la necesidad del
nietzscheano Übermensch para llevar a cabo aquella lucha no están
basadas sobre alguna abstracta fantasía utópica sino que más bien representan y son una faceta del
renacimiento del "orden natural". El "orden natural” —el orden
que repugna a nuestros enemigos, y gracias al cual la raza blanca prosperó durante
milenios— es esencialmente platónico y aristotélico en su carácter, y por lo
tanto parte fundamental de la tradición socio-cultural occidental. Platón y
Aristóteles (aunque en maneras diferentes) concibieron el cosmos como ordenado,
perfecto y bueno; más específicamente, era ese "cosmos ordenado", hecho manifiesto en el
penúltimo telos [fin último] del mundo natural, el que el hombre debería
procurar emular dentro de sí mismo.
Dicho de manera más sucinta, la jerarquía
no-igualitaria del "orden natural" existe dentro del hombre como un
microcosmos del cosmos en su totalidad, y es por lo tanto "bueno"
esforzarse por la "perfección" dentro de nosotros mismos,
independientemente de que pueda obtenerse o no. La civilización europea fue
forjada por el "orden natural": alcanzamos una vez nuestra cumbre
civilizacional cuando mejor nos adherimos a sus principios eternos, y por eso
ellos tienen que ser revividos. De esta manera, nuestra lucha por la raza
blanca se convierte en una lucha por la supervivencia misma del "orden
natural".
Una restauración del "orden
natural" es posible, pero antes que nada debemos regenerar nuestra alma
racial a nivel individual. El erudito francés Gustave Le Bon estaba en lo
correcto cuando presentó la noción de que las muchedumbres, que consisten en
una colectividad de individuos, forman una mente grupal. Las diversas razas
humanas, sin tener en cuenta la debatible nomenclatura taxonómica, consisten en
agrupaciones de individuos que cuando se combinan en un "colectivo"
son distintas de la suma total de sus partes individuales, y forman una nueva
entidad "racial".
Mediante la creación y adhesión a una idea
superior como la prosperidad de la raza blanca, y sosteniendo que esa idea es
evidentemente verdadera y por ello inmune a toda la crítica post-moderna,
reforzamos nuestra posición en un proceso que tiene dos aspectos. Primero,
permite que nosotros podamos crear un nuevo mito y un substrato metapolítico
unificado, un "mito de la sangre", uno que recibirá finalmente atavíos
pseudo-religiosos y que a su vez llegará a ser sacrosanto. (El aspecto de lo
"sagrado" o de lo "religioso" es esencial para el
funcionamiento apropiado de cualquier sociedad, y, más importante aún, para la
satisfacción de las masas).
En segundo lugar, mediante la creación de
un bloque etno-identitario real, compuesto por agrupaciones sociales
sueltamente unidas y heterogéneas, tomará forma también una macro-organización
centrada en la premisa de la renovación Blanca/aria, y de esa manera incrementará
el poder y la influencia de nuestro movimiento. En resumen, adhiriéndose a un
único y omnipresente ideal metapolítico —a saber, que la raza blanca está
destinada a prosperar—, en concomitancia con la continua lucha para mejorarnos
a nosotros mismos tanto física como espiritualmente, la victoria total se hace
una conclusión inevitable si resistimos.
Los enemigos de nuestra raza, tanto
internos como externos, adhieren a una ideología extrañamente auto-destructiva,
que es inconsecuente, tanto metapolítica como metafísicamente. La naturaleza
intrínsecamente contradictoria de su ideología es evidenciada por el hecho de
que en sus "márgenes" políticos sus adherentes se consideran
revolucionarios cuando en realidad ellos son los guardianes de un sistema político
decadente y de su deplorable Weltanschauung. A pesar de su aplastante
superioridad numérica, en términos de hombres y de equipamiento
ellos están desconectados de la realidad, y su compartida disonancia cognoscitiva los coloca en una marcada desventaja,
independientemente de la fugaz hegemonía de la cual ellos disfrutan
actualmente.
La bancarrota ideológica del establishment
liberal y humanístico es tan totalmente penetrante que su ímpetu metafísico y
su fase final subyacentes son la disolución misma, lo que hace de él un sistema
destinado al fracaso. Como guardianes de la raza blanca, la cantidad e
influencia de que carecemos podemos más que compensarlas con resolución y
espíritu marcial. Sin considerar las pequeñas rivalidades internas que históricamente
siempre han asomado su fea cabeza en movimientos como el nuestro, nosotros como
un colectivo estamos unidos por nuestro deseo de revivir la raza blanca, y como
tal, nuestro objetivo es justo y productivo. Al final, nuestro objetivo, el
renacimiento racial Blanco, es un esfuerzo constructivo y "positivo",
mientras que los objetivos de nuestras bêtes noires [bestias negras,
anatemas, personas disgustantes o aborrecibles, azotes] son difíciles de
delinear, amorfos y condenados al fracaso.
Sin embargo, el "nihilismo
negativo", que se enmascara como un humanismo liberal sincero, posee
realmente dos claras ventajas. Primero, su insipidez e inconsistencia de
pensamiento lo han hecho metapolíticamente hegemónico, únicamente en virtud de
su atractivo para las masas. Se trata de una ideología incongruente para gente
fracturada y en malas condiciones. Segundo, gracias a ideólogos de tendencias
izquierdistas como Michel Foucault y los de su clase, el establishment propone
que su objetivo final (telos) más alto es la libertad, o, más
adecuadamente, una "libertad negativa", que no es concebida como un
constructo teórico o académico sino más bien como una cosa práctica y del mundo
real. La conceptualización de Foucault de la libertad presupone que debe ser
ejercida para que exista, y que el "ejercicio" de la libertad es el
garante de su perpetuidad; esa teoría ha sido adoptada en gran escala por la
Izquierda.
En consecuencia, la así llamada
"Izquierda" es conducida por la necesidad de ejercer la libertad como acción, y hasta relativamente
hace poco ha sostenido un virtual monopolio sobre el ámbito del activismo
político. Es esa propensión al ejercicio de la acción, en combinación con la
amplia atracción de su política plebeya, lo que explica una gran parte del
meteórico ascenso de la Izquierda como un movimiento hegemónico. Además, el
activismo "izquierdista" se aviene con una sociedad que presupone la
"liberación" y la emancipación, mientras que el nuestro representa
una regeneración del eterno "orden natural", y como tal, según ellos,
debe ser suprimido como "reaccionario".
Por supuesto, la debilidad colectiva de la
raza blanca, a saber, nuestra compartida propensión racial al universalismo y
al altruísmo no basado en el parentesco, ha sido también un importante factor
contribuyente a la hegemonía de la Izquierda. Esto es particularmente verdadero
cuando nuestro intrínseco anti-igualitarismo racial y cultural es
azuzado contra un adversario cuya fase final es la eliminación sistemática de
todas las formas diferenciadas de status, poder y riqueza. El establishment
ofrece satisfacción e inactividad para el "último hombre", mientras que nosotros
ofrecemos simplemente un renacimiento racial-cultural y la revitalización de la
grandeza.
Aristóteles lo
expresó más directamente cuando él determinó que el poder de discriminación es una parte
integral de la psique humana. El poder de discriminar, o discernir, es una
función integral del intelecto y de la percepción, y el medio por el cual es
formado el juicio cognoscitivo [4]. Así, el establishment liberal y
humanista, en su búsqueda del igualitarismo, ha dejado todas las cosas
desprovistas de sentido por medio de su incesante necesidad de nivelar e
igualar todas las cosas. Toda la gente anda en busca de sentido, y la
"Izquierda", en virtud de la artificialidad de sus argumentos, no
basados en la realidad ni en el "orden natural" sino en el orgullo
desmedido (hybris) de la polémica ideológica, ha construído un sistema
que está condenado a la auto-canibalización, gracias a su incesante necesidad
de desconstruír.
Para responder a esto,
nosotros los Identitarios Blancos, reforzándonos primero como individuos y
luego colectivamente, sólo tenemos que continuar nuestra lucha y soportar las
pruebas y tribulaciones del Ragnarök. Por virtud de
nuestros fuertes y positivos ideales —particularmente cuando son contrastados
con el auto-destructivo dogma izquierdista de nuestros adversarios— seremos
victoriosos. El dramaturgo romano Terencio una vez escribió que "La fortuna favorece al fuerte",
y es esta fuerza, la fuerza dual de nuestra gente y de nuestras ideas, la que
finalmente nos pondrá en libertad.
Teniendo en cuenta
todo lo dicho, la pregunta todavía permanece: ¿cómo formamos una
"conciencia revolucionaria"? Haciéndose eco de las obras más
tempranas de Friedrich Nietzsche, Ernst Jünger propuso que el guerrero del
futuro es aquel que puede soportar el mayor dolor. Así, en un verdadero modo
Jüngeriano, al percibir el cuerpo como un instrumento para el logro de lo
heroico, por medio de la des-encarnación de la conciencia, y, por extensión,
mediante la negación del sentimiento y del dolor, la creación del Übermensch
es una certeza anticipada. ¿Pero en qué campo de batalla nos ponemos a prueba,
nosotros Übermenschen emergentes, nosotros, los presagios de un nuevo
Herrenvolk? El campo de batalla del cual surgirá el Übermensch de
hoy es el del mundo terrenal y contemporáneo.
El establishment
procura reparar todos los males percibidos, todas las diferencias en status,
poder y riqueza, y hace aquello mediante el perverso mecanismo de la
"justicia social". En Estados Unidos, la poca adherencia que queda a
la Primera Enmienda a la Constitución y su noción de la "libre
expresión", garantiza que, por el momento al menos, el más severo
"juicio" legal hecho sobre herejes como nosotros será un Auto de
Fe [ceremonia pública de la Inquisición de abjuraciones y ejecuciones de
los herejes] de exilio social y económico. Nosotros los herejes del mundo
occidental somos declarados personae non gratae por los "poderes
fácticos", ejercidos por la "justicia social" y sus
incompetentes "guerreros". De esta manera, para finalmente crecer
vigorosamente, debemos deleitarnos en la lucha, endurecernos a nosotros mismos
para un futuro que será duramente combatido.
La pregunta está
planteada: ¿nos acobardamos como animales asustados, como el sistema desea que
hagamos, o realmente luchamos? Yo he optado por luchar, y esperaría que usted
hiciera lo mismo. Pero, ¿cómo luchamos? Luchamos venciendo a aquellos que
procuran degradarnos y limitarnos, luchamos al resistir, luchamos consiguiendo
la victoria cuando nos enfrentamos a aplastantes probabilidades en contra, y
más importante aún, ¡luchamos por la gloria que es la completa magnificencia de
la raza blanca! Joseph de Maistre opinó: "En una democracia la gente tiene los líderes que se merece",
y como raza deberíamos demostrarnos capaces de resistir el cambio
transformativo, ya que un día seremos favorecidos con la patria que hemos
ganado.–
En apenas dos minutos, el eurodiputado Godfrey Bloom nos explica, MAGISTRALMENTE, el fraude del sistema bancario:
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