En el ahora desactivado sitio Filosofía Crítica se publicaron con dos
años de diferencia (Abril de 2010 y Mayo de 2012) los siguientes dos artículos
que hemos unido en uno solo, siendo el segundo la continuación temática y
discursiva del primero. En ellos el filósofo español señor Farrerons señala
algunos aspectos que ayudan a despejar un abordamiento más en serio del
fenómeno del fascismo, sujeto actualmente, y lamentablemente para la ciencia
histórica y sociológica, a una campaña inmensa de propaganda izquierdista, precisamente
auto-denominada, en estilo estalinista, como "anti-fascista", para la
cual aquél es el epíteto que condensa las ideas y la obra de los regímenes que
el comunismo, como consigna, demonizó.
LOS IDEALES FASCISTAS
por
Jaume Farrerons
"Yo amo a los que para hundirse en su
ocaso y sacrificarse, no buscan una razón detrás de las estrellas sino que se
ofrecen a la Tierra para que ésta pertenezca algún día al superhombre" (Nietzsche).
¿Cómo?: ¿Creyó el fascismo en
unos ideales, en unos principios éticos, en unas normas morales y políticas por
las que millones de hombres entregaron sus vidas? Esta afirmación puede parecer
un escándalo y no tiene nada que ver con la cuestión teórica de si dichos
ideales han de ser considerados, o no, válidos en sí mismos. Conviene
subrayarlo: el sacrificio nunca convalida lógicamente aquello en lo que
"cree" el individuo o el grupo. En cambio, sí acredita que dicha
creencia es subjetivamente experimentada
como válida, de forma sincera y comprometida (hasta sus últimas
consecuencias en el caso de los fascistas), por
quienes la reivindican. La validez lógica de los ideales debe poder
fundamentarse en otro plano de la existencia, a saber, el de la práctica
teórica. Que, como decimos, unos hombres hayan dado sus vidas por una determinada ideología no la fundamenta, pero tampoco la refuta.
Idealismo y Materialismo como Motivos
Subjetivos de la Revolución
Nuestra intención en el
presente artículo es doble. Por una parte, ver las cosas —algo poco habitual—
desde la perspectiva ética de los fascistas. Por otra, analizar, de manera
preliminar, hasta qué punto los ideales fascistas pudieron tener sentido y
fundamento a despecho de las apariencias actuales, muy condicionadas por medio
siglo de propaganda anti-fascista. A
nuestro entender, el planteamiento
fascista ostentaba, como poco, un sentido racional comunicable argumentalmente.
Podemos compartir o no dicha postura, pero en cualquier caso parece dudoso
sostener, como se pretende, que la misma fuera una mera locura.
Véase, por ejemplo, en El Hombre Rebelde de Albert Camus, el
capítulo dedicado a "El Terrorismo
de Estado y el Terror Irracional" (Camus, A., El Hombre Rebelde, Buenos Aires, Losada, pp. 165-174). Por ejemplo,
en la p. 166: "Mussolini y Hitler trataron,
sin duda, de crear un Imperio y los ideólogos nacional-socialistas pensaron,
explícitamente, en el Imperio mundial. Su diferencia con el movimiento
revolucionario clásico consiste en que, siendo herederos del nihilismo,
prefirieron divinizar lo irracional, y sólo ello, en vez de divinizar la razón".
En conclusión, según Camus: "las
revoluciones fascistas no merecen el título de revolución" (ibídem). Al contrario, nuestra idea es
que la única revolución real es la
fascista, pues sólo el fascismo subvierte
los valores vigentes y lo hace en función de un planteamiento racional.
Otro de los argumentos que se
utiliza para diferenciar al comunismo del fascismo consiste en sostener que los
ideales comunistas no se pueden confundir, por ejemplo, con las "repugnantes
ideas" racistas de los nacionalsocialistas. El comunismo, se afirma,
luchaba por una sociedad más justa, en la que ya no existieran opresores ni
oprimidos, una sociedad igualitaria donde todos los hombres pudieran ser
"felices", realizando al mismo tiempo sus "potencialidades"
creativas. El fascismo, en cambio —se sostiene—, partía en dos a la Humanidad,
elevaba a los ciudadanos de algunos pueblos a la categoría de seres superiores,
elegidos para vivir en una especie de "sociedad perfecta", y
degradaba a otros al rango de seres inferiores, destinados a la extinción.
Los crímenes del fascismo,
sean cuales fueren, serían así siempre más condenables que los del comunismo,
porque éste, en el fondo, representaría supuestamente la desviación casi
accidental de un ideal intrínsecamente correcto, asumible por cualquier
"persona normal" en una sociedad democrática. Aquello que se
cuestiona del comunismo no son, en suma, los ideales sino sólo los métodos
(violentos). Un ejemplo claro de este tipo de falacia es el de ETA: los
terroristas pueden reintegrarse cuando quieran a la sociedad liberal, siempre y
cuando renuncien a seguir matando gente en nombre de su "bello
ideario" marxista-leninista. Para el fascista, en cambio, las cosas son
bien distintas: aunque no haya matado a nadie, aunque se limite, incluso, a
reivindicar los derechos humanos, la etiqueta de "fascista" servirá para sentenciar su muerte civil.
Cualesquiera que sean los
métodos del fascismo, sus ideales resultarían inasumibles por nadie que esté en
su sano juicio o se conciba a sí mismo simplemente como una "persona
decente". O uno "cree" en la "alegría", en la
"felicidad", en el "bienestar", etc., o ya es sospechoso de
herejía humanista. ¿Quién sino un demonio negaría todo eso que constituye el
sustento axiológico de la existencia humana, de la amistad, de "tomar un
café en buena compañía", bla, bla, bla?.
Naturaleza Despiadada del Materialismo
Comunista
Sin embargo, las cosas no son
tan sencillas, y vamos a demostrarlo. Basta echar una ojeada a la ideología del
comunismo moderno, que es el marxismo, para darse cuenta de que éste también
condena al dolor y a la muerte a una gran parte de la Humanidad, la cual, de
forma necesaria, debe perecer según los teóricos comunistas para que "al final de la Historia" un
grupo de privilegiados disfruten de todos los placeres concebibles en una
sociedad plenamente materialista.
Aquí se plantean dos
cuestiones:
a) Las etapas históricas por las que, según el
marxismo, la sociedad debe pasar de forma necesaria para culminar en el
denominado "modo de producción comunista", es decir, en la
realización de una utopía de carácter puramente material, hedonista y
eudemonista (placer y felicidad como valores supremos); y
b) la exigencia ética de sacrificio y dolor que se
impone a otras personas para que tal sociedad futura sin sacrificio ni dolor
llegue a realizarse algún día.
Por lo que respecta a la
primera cuestión, quisiera recordar aquí un texto de Marx en el que critica un
programa político de su tiempo por el hecho de condenar el trabajo infantil.
Este revelador fragmento pone en evidencia el despiadado esquema de exterminio
que subyace de forma ineluctable a los "bonitos" ideales comunistas.
En efecto, Marx considera que el trabajo infantil es necesario para el desarrollo de la sociedad capitalista, cuya plena
madurez constituye el requisito a los efectos de transitar hacia la siguiente
etapa de la evolución histórica (el "progreso"), a saber, el
socialismo y, finalmente, el comunismo.
Marx se sorprende de que no
lo hayan entendido algunos bondadosos humanistas de su época: el capitalismo,
para Marx, debe existir, igual que era menester que existiera el "modo de
producción esclavista" en la Antigüedad. Los esclavos que, liderados por
Espartaco, se rebelaron contra Roma, estaban equivocados, porque su ideal era
puramente romántico, representaba ese "buenismo" inconsecuente con el
que se intenta justificar propagandísticamente el comunismo ante las masas pero
que Marx, de forma brutal, rechaza y condena en sus textos teóricos más
esotéricos:
«"Prohibición del trabajo infantil".
Aquí era absolutamente necesario señalar el límite de edad. La prohibición
general del trabajo infantil es incompatible con la existencia de una gran
industria y es, por tanto, un piadoso deseo, pero nada más. El poner en
práctica esta prohibición —suponiendo que fuese factible— sería reaccionario» (K.
Marx, "Crítica del Programa de
Gotha", Madrid, 1968, p. 42. El texto original de Marx en alemán es
del año 1875).
Marx muestra su desprecio por
el Derecho y las pautas de conducta éticas en otro texto donde eleva la
anécdota anterior a categoría general de actuación revolucionaria
ideológicamente sancionada:
«Mostrar que era un crimen intentar, por un
lado, imponer otra vez en nuestro Partido, como si se tratara de dogmas, ideas
que en un período tuvieron algún significado pero que hoy son obsoleto desecho
verbal, mientras, por otro lado, volvemos a pervertir la perspectiva realista,
que tanto esfuerzo costó instilar en el Partido y que hoy ha encontrado en él
su espacio, con el absurdo ideológico sobre derecho y otras basuras, tan
comunes entre los demócratas y entre los socialistas franceses» (K. Marx,
citado por Johathan Glover, "Humanidad
e Inhumanidad. Una Historia Moral del siglo XX", Madrid, p. 351).
Esta "perspectiva
realista" a la que apela Marx es la que llevará a algunos socialistas,
como Mussolini, a fundar el fascismo. Porque, en efecto, las contradicciones
éticas en las que incurre el marxismo son flagrantes. Desde una posición materialista, no se le puede exigir a nadie que se sacrifique
por el futuro de la Humanidad. La construcción del modo de producción
comunista supone, en efecto, no sólo que una parte de esa misma Humanidad haya
de ser explotada por los capitalistas, los señores feudales y los esclavistas,
sino que, además, se le reclama al trabajador que adopte pautas de conducta
heroicas, no materialistas, idealistas, a fin de ver realizado un modelo
utópico que, por su parte, pondrá fin a todo idealismo, a todo heroísmo, etc.,
en beneficio del simple "bienestar" de las masas.
El Problema del Idealismo Revolucionario
Los pensadores pre-fascistas
y fascistas se preguntaban qué diferencia podía existir, en términos morales,
entre ser explotado por un capitalista contemporáneo y ser instrumentalizado de facto por los futuros beneficiarios
de la revolución, para los cuales quienes han muerto por ellos son meras cosas
que les resultaron muy útiles y gracias a las cuales pudieron llegar a ser
"felices". A los ojos de los fascistas resultaba claro que lo
moralmente superior (= la pauta de conducta idealista) no podía estar al
servicio de lo moralmente inferior (= la pauta de conducta materialista), y que
el hombre heroico, el revolucionario de vocación, debía ser considerado, a
efectos éticos y axiológicos, más valioso que el "último hombre"
(Nietzsche) del modo de producción comunista. Los socialistas que han leído a
Nietzsche después de Marx no pueden sino experimentar una auténtica repugnancia
hacia las proclamas que, en nombre de la "felicidad del mayor
número", de la justicia y hasta del "amor", incitan a la
violencia política, al exterminio del adversario político y, en definitiva, a
un baño de sangre que se legitima a base de una retórica kitsch sobre "bellos ideales" comunistas de paz
universal.
El fascismo, razonando y no
entregándose, como pretende Camus, a lo irracional, invertirá los términos: el
héroe no puede ser "utilizado" como un medio en provecho del
hombre-masa, es decir, del afortunado parásito del final de la Historia. Antes
bien, el revolucionario dispuesto a morir por sus ideales encarna, frente al
"último hombre", un valor en sí mismo, porque representa la más alta
expresión de la Humanidad hasta ahora conocida. Si el héroe se sacrifica por
algo, será por un ser que lo trascienda en la escala ética, y esa figura no se
corresponde ni con Dios (ideario de
la Derecha) ni con el energúmeno consumista actual que Nietzsche calificara
proféticamente de último hombre
(ideario de la Izquierda), sino con el Übermensch.
Esta palabra alemana se traduce habitualmente por "superhombre", pero en realidad hay que entender el Übermensch no como un vulgar "superman" sino como la figura
mítica que encarna el salto evolutivo de la especie humana hacia otra figura
histórico-colectiva del más alto rango ético. Una figura en que las
potencialidades espirituales del hombre se hayan desarrollado al máximo.
Son, por tanto, las
contradicciones lógico-morales del socialismo marxista las que conducen al
socialismo fascista. Se puede seguir todo el proceso, y con ello queda refutada
la imputación de irracionalismo. Ahora bien, será necesario analizar en el interior del marxismo, con cierto
detalle, dichas aporías y cortocircuitos intelectuales, para entender por qué
Benito Mussolini, el dirigente socialista más importante de Italia, se decidió
a fundar el fascismo. La aportación teórica del ideólogo pre-fascista Georges
Sorel tendrá un carácter decisivo.
Los Ideales Fascistas (2)
Respecto
de los ideales fascistas convendría añadir a lo ya expuesto, que fueron unos
auténticos ideales, capaces de entusiasmar a personas que no pueden ser
calificadas precisamente de mediocres, como Martin Heidegger, el filósofo más importante
del siglo. Sólo por ese motivo y las intrínsecas relaciones que se han probado
entre el fascismo y el pensamiento heideggeriano, la afirmación de que no
existen unos "ideales fascistas" o de que el movimiento fascista se
redujo a puro oportunismo y abyecta reptancia del poder, puede ser cuestionada
con fundamento, por mucho que semejante pretensión escandalice a los
intelectuales progresistas.
Quisiera
reproducir aquí, con asombro, unas palabras del patriota francés y europeo
Robert Brasillach (escritas en la cárcel y citadas por René Remond, "La Droite en France", París,
1968, II, p. 384):
«Hemos creído
durante largo tiempo que el fascismo era una especie de poesía, la poesía del
siglo XXI (junto con el comunismo, no cabe duda). Yo mismo digo que no puede
morir. Los pequeñines que mañana serán muchachos de veinte años se maravillarán
al enterarse de la existencia de esta exaltación de millones de hombres, de los
campos de juventud, de la gloria del pasado, de las paradas, de las catedrales
de luz, de los héroes caídos en combate, de José Antonio, del vasto fascismo
rojo... Jamás olvidaré el resplandor del fascismo de mi juventud».
Nosotros
no hemos conocido ese resplandor (pertenecemos al tiempo de la derrota total,
de las "catacumbas" poetizadas por Locchi), pero cuesta creer que
quien así se expresara —hasta morir por sus palabras— fuese sólo un
oportunista, alguien que no vivió realmente esa experiencia de identificación
comunitaria con la nación que encuéntrase a todas luces en las antípodas del
cálculo individualista y del beneficio económico privado (la única verdad de
estos nuestros miserables días). Cabría objetar que los políticos pseudo
"nacionalistas" de ideología liberal se han aprovechado y se aprovechan
de dicha identificación para encubrir con la bandera la impunidad de sus
negocios corruptos; en semejante escenario, un dirigente cínico convierte a
todos los patriotas en idiotas, pero si el líder es honesto (y no creo que
háyase acusado nunca a Hitler de saquear el erario público), entonces el ideal
resultará discutible, pero estaremos, en cualquier caso, ante un ideal...
Sin
duda, el "ideal fascista" devino en Alemania incongruente con el
universalismo de la Humanidad, pero pretender que sólo esta creencia buenista —cuyas prácticas asesinas ya
conocemos— constituye la exclusiva postura moral y política aceptable, nos
conduciría, como ya ocurriera en el pasado, al criminal dogmatismo de la Cheka. El idealismo nacional-comunitario
no liberal —el fascismo: una dictadura— no tiene por qué ser aceptado en
primera instancia como el único necesariamente válido, ni goza en cuanto
doctrina de ninguna especial exención ante la crítica, pero, mientras lo políticamente correcto no nos haya
convertido a todos en gusanos, el fascismo será también, guste o no a la
termitera felicitaria... un "ideal".
Hasta
aquí la cosa puede antojarse casi de sentido común, mas ha hecho falta mucho
tiempo y esfuerzo para lograr que este punto elemental, básico, de principio...
fuera reconocido como la mera obviedad que es por un mundo académico donde
domina el más abominable sectarismo político anti-fascista.
El Caso
de Emilio Gentile
El
fascismo, desde el punto de vista doctrinal, se gesta singularmente en Francia,
no sólo en Alemania o Italia, y remite a autores de la Izquierda sindical como
Georges Sorel (Sternhell, Z., El
Nacimiento de la Ideología Fascista, Madrid, 1994). En realidad, el
fascismo no es más que uno de los muchos nacional-socialismos surgidos entre
finales del siglo XIX y principios del XX. No estaban destinados todos,
necesariamente, al totalitarismo, al racismo y, mucho menos, al anti-judaísmo
(recordemos el caso del judío Moses Hess, antecedente de todos ellos). Así,
según el reputado historiador Emilio Gentile:
«La búsqueda
de una síntesis entre nacionalismo y socialismo fue una orientación del
pensamiento político europeo —y no sólo francés— mucho antes de la Gran Guerra
y del nacimiento del fascismo; y ésta fue ciertamente una de las vías a través
de las cuales intelectuales y políticos de la extrema Izquierda revolucionaria,
en los años de entreguerras, llegaron al fascismo. Pero es necesario
puntualizar que la búsqueda de una síntesis entre socialismo y nacionalismo,
como "ideología de la tercera vía" entre el capitalismo liberal y el
colectivismo comunista, ni siempre ni en cualquier lugar dio a luz una
ideología totalitaria de tipo fascista» (Gentile, E., Fascismo. Historia e Interpretación, Madrid, 2004, p. 289).
Conviene
añadir que ni siquiera el primer fascismo, es decir, el del programa del 13 de
Mayo de 1919, parecía forzado a desembocar en el "totalitarismo" del Ventennio: nada en ese texto prefiguraba
tal giro doctrinal siendo, sin embargo, como lo fue, un programa genuinamente
fascista. La cuestión de si el fascismo debe definirse entonces por su
ideología nacional-revolucionaria democrática original o por su posterior
acomodación derechista y, por ende, autoritaria, al corrupto Estado italiano
(Vaticano y aristocracia incluídos), no es cosa baladí. Gentile opta por
definir el fascismo en términos de totalitarismo, pero también podría haber
considerado, con todo derecho, ese "totalitarismo" como una
desviación del ideario nacional-revolucionario democrático matriz:
«Si el
totalitarismo fue la esencia del fascismo no se puede de ninguna manera definir
fascista, ni siquiera "proto-fascista", la síntesis
sindical-nacionalista tentada por algunos intelectuales en Francia a principios
del siglo XX, y tampoco se puede definir como fascista al sindicalismo nacional
italiano. De hecho, si nos mantenemos en el plano de las ideas, entonces, se
debe precisar que el sindicalismo nacional revolucionario creía en el mito de
la emancipación de los trabajadores a través de la actuación de los trabajadores
mismos, organizados en sindicatos libres de productores, y no anhelaba un
régimen de trabajadores encuadrados y subordinados a una organización de
partido único en nombre de la primacía política. El Estado nuevo del
sindicalismo nacional revolucionario no era y no prefiguraba de ninguna manera
un Estado totalitario, sino que era concebido como una sociedad libre de
productores, ciudadanos de un Estado nacional republicano organizado en un
federalismo de autonomías locales».
A
la inversa:
Adoptando
en la reconstrucción de los orígenes ideológicos del fascismo un concepto de
"fascismo ideal-típico" desvinculado del "fascismo
histórico", y reconstruyendo su genealogía con método exclusivamente teórico-intelectualista,
otros países y otras épocas podrían ser señalados para situar el nacimiento de
su ideología. Con el mismo método, por ejemplo, se podría legítimamente afirmar
que la esencia del fascismo fue el racismo y el anti-judaísmo: en tal caso la
paternidad del fascismo sería codiciada por Francia y Alemania, mientras se
debería llegar a concluír que hasta 1938 el fascismo italiano no fue
"fascista" o fue un "fascismo incompleto", porque hasta
aquella época racismo y anti-judaísmo no fueron cimientos fundamentales de la
ideología fascista.
Con este método sería igualmente legítimo ver
en el fascismo no un bisnieto de De Maistre sino un sobrino de Marx o un
hermano del leninismo, y por tanto definir la ideología fascista como una
"variación del comunismo", o incluso, invirtiendo la relación de
descendencia, se puede llegar a considerar al castrismo y al maoísmo como
variaciones del fascismo (Gentile, E., op.
cit., p. 291).
Ahora
bien, la tesis de Gentile, que opone tajantemente "sindicalismo nacional
revolucionario" y "totalitarismo" una vez que ha decidido que la
esencia del fascismo redúcese al totalitarismo, no explica la naturaleza
meramente autoritaria, pero nunca totalitaria, del régimen de Mussolini, un
Estado que fuera "relativamente
humano" (Tannenbaum) con sus opositores; ni su defensa de los judíos;
de la misma manera que, como ya hemos visto, tampoco puede explicar el programa
del 13 de Mayo de 1919. El hecho de atenerse metodológicamente a la
"realidad política" del fascismo, y no a su mera aventura o
genealogía doctrinal, le afecta en este caso de manera grave a Gentile, pues el
término "totalitarismo" reivindicado por los fascistas constituye una
pura ficción verbal que no se corresponde con la evidencia empírica del régimen
fascista. Nada menos que Hannah Arendt, la mayor autoridad en materia de
"totalitarismo", niega que el fascismo fuera totalitario:
«Sin
embargo, incluso Mussolini, que tan orgulloso se mostraba del término
"Estado totalitario", no intentó establecer un completo régimen
totalitario, y se contentó con una dictadura y un régimen unipartidista» (Arendt,
H., Los Orígenes del Totalitarismo,
t. 3, "Totalitarismo", Madrid, 1982, p. 425).
Las razones de Arendt, que Gentile no
parece tener en cuenta, resultan no obstante obvias y, una vez más, casi de sentido
común:
«Prueba
de la naturaleza no totalitaria de la dictadura fascista es el número
sorprendentemente pequeño y las sentencias relativamente suaves impuestas a los
acusados de delitos políticos. Durante la etapa particularmente activa de 1926 a
1932, los Tribunales Especiales para Delitos Políticos impusieron siete penas
de muerte, 257 sentencias de diez o más años de cárcel, 1.360 de menos de diez
años, y sentenciaron a muchos más al exilio. Además, fueron detenidos y
declarados inocentes unos 12.000, procedimiento completamente inconcebible bajo
las condiciones del terror nacionalsocialista o bolchevique» (Nota 11 en
Arendt, H., op. cit., ibídem).
Por
supuesto, Gentile conoce los argumentos de Arendt y se apresta a refutarlos,
pero no sale muy airoso del lance:
«El uso que
del concepto de "totalitarismo" han hecho algunos politólogos e
historiadores, limitando su aplicación al estalinismo y al nacionalsocialismo (...)
ha hecho olvidar que el concepto de "totalitarismo" nació con el fascismo
y del fascismo. El caso de Hannah Arendt demuestra que en los orígenes de la
exclusión del fascismo de la categoría del totalitarismo hay sustancialmente
una carencia de conocimiento de la realidad histórica del fascismo. En su libro
sobre los orígenes del totalitarismo, publicado en 1951, afirmaba
perentoriamente que hasta 1938 no fue totalitario sino solamente una dictadura
nacionalista ordinaria surgida de la crisis de una democracia de partidos. Este
juicio, posteriormente hecho propio por otros politólogos e historiadores del
fascismo como Alberto Aquarone y Renzo de Felice, es todavía considerado una
verdad indiscutible» (Gentile, E., op. cit.,
pp. 80-81).
Aclaremos
que para Arendt el régimen mussoliniano no fue nunca totalitario, ni siquiera a
partir de 1938, como insinúa Gentile, y prueba de ello será la postura de las
autoridades italianas ante la persecución nacionalsocialista de los judíos en 1942-1943.
Gentile, además, omite abordar de frente la argumentación de Arendt, que se
basa en unas cifras de represión cuyo volumen y características refutan de
plano la idea de un totalitarismo fascista. Gentile, a pesar de ello, acusa a
Arendt de ignorancia (¿serán ignorantes también De Felice, Aquarone, Tannenbaum
y tantos otros?). Véase que ni duda en falsear las fuentes de Arendt,
sosteniendo que proceden de la propaganda del propio régimen fascista:
«En
realidad, el juicio de Arendt sobre el fascismo se basaba en un escaso
conocimiento de lo que el fascismo había sido, como demuestra la falta de datos
históricos concretos en su reflexión sobre el fascismo y el totalitarismo
fascista, en aquel tiempo ya disponibles, incluso en lengua inglesa, como, por
ejemplo, los escritos de Luigi Sturzo. Las únicas fuentes sobre las que Arendt
basaba tan comprometido juicio sobre la naturaleza no totalitaria de la
dictadura fascista eran una publicación propagandística en lengua inglesa de un
centenar de páginas, editada por la Confederación Fascista de los Industriales,
un libreto con cuatro discursos de Mussolini sobre el Estado corporativo
traducidos al inglés y una breve consideración que Franz Neumann dedicaba, en
su igualmente estimable obra sobre el nacionalsocialismo, Behemoth, a la relación entre Estado y partido en el
régimen fascista, formulando a su vez un juicio ¡basado únicamente en una
afirmación mussoliniana!» (Gentile, E., op.
cit., p. 81).
Parece difícil de creer que una tesis
presuntamente tan poco fundamentada como la de Arendt haya podido convertirse
en "verdad indiscutible" hasta
la actualidad. ¿Nadie la ha corregido? Desde luego, ganas no habrán faltado
entre los intelectuales a sueldo de la oligarquía. Pero si observamos de cerca
la argumentación de Gentile, salta a la vista que miente. Sostiene Gentile que
Arendt no se basa en datos concretos, pero lo cierto es que Arendt cita las
cifras de la represión fascista, y su fuente no son documentos del régimen sino
la obra de E. Kohn-Bramstedt, publicada en Londres (1945), Dictatorships and Political Police: The Technique of Control by Fear,
pp. 51 y ss. Nunca se han refutado esas cifras. Ahora bien —insistamos en ello—,
con tales datos en la mano resulta imposible hablar de totalitarismo fascista.
Gentile
ha sido objeto de críticas que rozan el insulto, pero no por "defender"
el fascismo, pues ya hemos visto que su tesis consiste en identificarlo con el
totalitarismo, sino por pretender que el fascismo fue algo más que un mero oportunismo carente de ideología, promovido
por personas y grupos sólo ansiosos de subirse
a la poltrona. Existió, para Gentile, una ideología y unos "ideales"
fascistas, entendiendo aquí "fascismo" en el sentido restringido del
movimiento y régimen italianos, canónico empero para la determinación del
concepto de un fascismo genérico. El propio Gentile denuncia la agresiva
respuesta del mundo académico cuando, allá por los años '50 del siglo pasado,
hablar de "ideales fascistas" desembocaba poco menos que en una
condena segura al ostracismo profesional:
«Un acusador
concluía su recensión con un no demasiado velado llamamiento censorio respecto
al editor del libro, preguntándose "por qué ciertas editoriales consienten
a esta historiografía producir no leves sombras sobre su blasón anti-fascista"
(G. Santomassimo, "L'Ideologia del Fascismo", en L'Unità, 16 de Octubre
de 1975), mientras otro acusaba al libro de ser fruto de una "historiografía
que, a través de la filología partidista y el empirismo objetivístico, acaba
sustancialmente en la rehabilitación del fascismo" (G. Quazza, Antifascismo
e Fascismo nel Nodo delle Origini, cit.,
pp. 63-66)» (Gentile, E., op. cit.,
p. 283, n. 5).
Cuando
la simple objetividad inspira tanto temor, y se confunde nada menos que con la
supuesta "rehabilitación del
fascismo" (¡en Gentile!), es que se ha debido de falsear mucho la Historia.
Hácense desvergonzadas apelaciones a la censura, reclámase, abiertamente, la
no-objetividad científica: el programa de Monod de una ética del conocimiento
topa aquí, por tanto, con el obstáculo del "anti-fascismo", la
fórmula política de la "ideología
animista". Más recientemente, R. Bosworth, que se ha inventado,
literalmente, la existencia de un millón
de víctimas del fascismo italiano, habría seguido el mismo camino a la hora
de producir una "ciencia" social obediente a los dictados de la
ideología animista del progreso:
«Casi
veinte años después se repite el mismo tipo de acusaciones en el volumen de R.
Bosworth, Italian Dictatorship. Problems and
Perspectives in the Interpretation of Mussolini and Fascism, Londres, 1998. La inconsistencia de
las confutaciones propuestas en este libro se demuestra en el hecho de que se
sustentan en una presentación caricaturesca, hasta la falsificación, de las
ideas que expongo, distorsionándolas como ocurre con las imágenes que reflejan
los espejos deformantes, usando omisiones, extrapolaciones arbitrarias de
citas, falsificaciones de argumentos, todo acompañado de insinuaciones que
buscan denigrar a la persona del estudioso, presentándolo, con argumentos de
pura invención chismosa, como un historiador cuyo trabajo, a pesar de su
influencia en Italia y en el extranjero, carecería de credibilidad porque toma
el fascismo en serio, siendo "casi automáticamente anti-antifascista"
(p. 22), inspirador de una "ortodoxia anti-antifascista" (p. 29) que utiliza
la Historia para simulados intereses políticos conservadores (p. 237)» (Gentile, E., ibídem).
Éste es el lamentable estado en el que se
encuentra el debate académico sobre el fascismo, que impide la aplicación a la
historiografía de una ética del conocimiento, y ello en nombre de argumentos
impúdicamente ideológicos. El propio Gentile incurre, con Arendt, en aquello
que critica a Bosworth: lo hace, empero, para protegerse del ataque que le
imputa cuestionar el dogma anti-fascista y, en suma, a efectos de descargarse
de la estigmatizante acusación de "fascista".
Con
este fin, Gentile identificará fascismo (italiano) con totalitarismo a
sabiendas de que la cosa no se sostiene: ¡peaje que tiene que pagar para poder
estudiar la ideología fascista como tal sin que le escupan en la cara los
sacerdotes del dogma oligárquico! Desde luego, se cuidará muy bien Gentile de
caracterizar la esencia del fascismo a partir del programa del 13 de Mayo de
1919, es decir, la formulación política de un "socialismo nacional"
que entraña el cuestionamiento de la ideología
animista denunciada por Jacques Monod: dicho enfoque mostraría, en una
palabra, la evidencia de la ruptura fascista —e izquierdista nacional— con la
concepción escatológica del progreso heredada del judeo-cristianismo.
El
"socialismo nacional", si se quiere, es anterior al fascismo. La
importante presencia de autores judíos (Marx, Bergson) en la inspiración
doctrinal de estos proyectos nacional-revolucionarios donde lo social y lo
patriótico confluyen sin renunciar, en algunos casos, al marco democrático,
antes bien, potenciándolo en la dirección del asambleísmo, es otro de los
muchos datos incongruentes dentro del esquema interpretativo anti-fascista. También
omite la dogmática pseudo-académica, en general, la presencia desproporcionada
de judíos en los inicios del movimiento fascista:
«Hasta
1938 la mayor parte de los fascistas no tenía un concepto de raza y
ridiculizaba el racismo nacionalsocialista. Su doctrina del nacionalismo era
cultural-ambiental, no racial-ambiental, y no incluía el anti-judaísmo; de
hecho, los judíos italianos estaban proporcionalmente sobrerrepresentados en el
Partido Fascista» (Payne, S., El
Fascismo, Madrid, 1984, p. 35 de la versión online; véase también Michael A. Ledeen, Universal Fascism, Nueva York, 1972).
Por
no hablar de la, ya citada, defensa práctica de los judíos que, pese a las
presiones diplomáticas del Tercer Reich,
desplegarán las autoridades italianas en nombre de unos "principios elementales de humanidad" que le parten de un
golpe el espinazo a la asimilación fascismo
= Auschwitz sostenida, por ejemplo, por un Ferran Gallego (Cfr. "Pensar Después de Auschwitz",
Barcelona, 2004). Robert O. Paxton aporta la prueba:
«Quedaba
todavía un asilo inesperado. La Italia de Mussolini, que siempre se había
limitado a imitar con indiferencia los decretos de Nüremberg de 1938, asumió la
defensa activa de los refugiados judíos
en la zona italiana de ocupación (...) Cuando las deportaciones desde la zona
del litoral aumentaron a principios de 1943, las autoridades italianas de
ocupación las impidieron al Este del Ródano, y advirtieron al gobierno francés
que si bien él podía hacer lo que se le antojara con los judíos franceses, los
judíos extranjeros en la zona ocupada por Italia eran incumbencia exclusiva de
las autoridades italianas. En Marzo, éstas intervinieron para impedir que los
prefectos franceses de Valence, Chambéry y Annecy detuviesen a judíos
extranjeros en esa región. En Junio de 1943 el prefecto de la policía italiana,
Lospinosa, evitó la detención por parte de los franceses de 7.000 judíos
extranjeros en Mégève. El hecho de que un jefe fascista de la policía italiana
tuviese que indicar a Antignac, el hombre de confianza de Darquier de Pellepoix
en el Comisariado General de Asuntos Judíos, que Italia "respetaba los
principios elementales de humanidad", permite hacerse una idea del anti-judaísmo
de Vichy» (Paxton, Robert. O., La
Francia de Vichy, op. cit., pp.
161-162).
¿Puede
el trato "relativamente humano"
dado a los opositores políticos y el "respeto
a los principios elementales de humanidad" abonar un anti-fascismo que
convierte a los fascistas en criminales de forma automática por una cuestión de
simple adscripción ideológica? Recordemos pues, en fin, pues no otro es nuestro
deber a pesar de lo mucho que nos perjudican políticamente las presentes
reflexiones, aquello que se ha decidido, una vez más, olvidar y ocultar a los
ciudadanos para prolongar indefinidamente la cloroformización política que
comienza en 1945 (Courtois, Libro Negro
del Comunismo, edición de 1998, Barcelona, p. 28):
«Entre
los años '20 y '40 el comunismo estigmatizó violentamente el terror practicado
por los regímenes fascistas. Un examen rápido de las cifras muestra, también en
este caso, que las cosas no son tan sencillas. El fascismo italiano, el primero
en actuar y que abiertamente se reivindicó como "totalitarismo",
ciertamente encarceló y a menudo maltrató a sus adversarios políticos. Sin
embargo, rara vez llegó al asesinato».
Los hechos son testarudos (Courtois, p.
29):
«Los
hechos son testarudos y ponen de manifiesto que los regímenes comunistas
cometieron crímenes que afectaron a unos cien millones de personas, contra unos
25 millones de personas aproximadamente del nacionalsocialismo».
Y
Ágnes Heller (discípula del filósofo marxista Lukács):
«El
fascismo italiano fue una dictadura brutal en el interior del país, y más aun
fuera de él (en Abisinia y en África en general, en Albania, en Grecia, en
Yugoslavia), pero nunca fue un régimen genocida» (Heller, Á., Anatomía de la Izquierda Occidental,
Barcelona, 1985, p. 22, n. 6).
Dicho esto, no podemos llegar aquí, ni lo
pretendemos, a ninguna conclusión con respecto al fascismo; mucho menos
justificarlo. Pero si la verdad ha de ocupar un lugar central, como valor de un
paradigma resistencial, en ese compromiso que para Monod constituye la ética
del conocimiento y para Solzhenitsyn la clave de la actitud cívica democrática,
entonces el anti-fascismo se erige en obstáculo tanto para la ciencia como para
la libertad.
¿Qué
es el fascismo? No lo sabemos ni lo podremos saber hasta que un acontecimiento
histórico permita liberar las ciencias humanas y sociales del yugo político que
las oprime. En cambio, sí sabemos, con toda certeza, que el anti-fascismo condensa en unos pocos símbolos la ideología oficial
de la oligarquía y que, por tanto, los intentos de reconducir la revuelta
ciudadana actual a una ortodoxia anti-fascista "políticamente
correcta", mientras se exonera al comunismo y se entierran los crímenes de
las "democracias liberales", no son actos inocentes, sino trampas
intelectuales propias de auténticos impostores:
«La
historia del fascismo es una historia extraña y singular. Noventa años después
de su aparición en la Historia y tras más de medio siglo de su caída como
protagonista de la actualidad política, el fascismo aún parece ser un objeto
misterioso y huidizo del intento de una clara y racional definición histórica a
pesar de las decenas de miles de libros, artículos y debates dedicados a este movimiento
político del siglo XX» (Gentile, E., op.
cit., p. 15).
La
política "democrática" (¿?) de lavado de cerebro colectivo y el anti-fascismo
policial tienen mucho que ver con esta escandalosa situación, prueba palpable
de la represión ideológica que rige en las sociedades supuestamente libres de Occidente.
Es en nombre de la verdad y de la libertad, y no de una defensa o legitimación
del fascismo, que dicha manipulación ha de ser combatida. El sistema
oligárquico está haciendo todo lo posible para impedir que el dogma anti-fascista,
la ortodoxia doctrinal sionista, se vea afectada por la crisis económica,
política y moral que en la actualidad sacude a Occidente hasta sus cimientos.
La posibilidad de un "retorno" de los ideales fascistas bajo otro
rótulo, aunque remota, parece hoy mucho más viva que en 1945. ¿Por qué?.–
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