Como una segunda parte de la presentación en castellano de textos
relativos al general alemán Otto Ernst Remer (1912-1997), continuación directa
de la entrada anterior en este blog,
ofrecemos ahora un artículo extractado del libro de Remer Verschworung und Verrat um Hitler (Conspiración y Traición Alrededor de Hitler), al
parecer de 1982, publicado en The Journal
of Historical Review (ihr.org),
que es el interesante testimonio de su participación el día del atentado con
bomba contra Hitler (20 de Julio de 1944), que amplía y complementa al más
breve presentado en nuestra entrada anterior. En seguida van algunas citas de
Remer que fueron publicadas en el sitio library.flawlesslogic.com, que carecen de referencias, el cual
también publicó el testimonio mencionado. Y al final hemos puesto una crónica de
Mark Weber que encontramos (en historiography-project.com
pero originalmente publicada por ihr.org)
que se refiere al último procesamiento persecutorio por parte de la
"Justicia" alemana que sufrió el general Remer y que resultó en su
exilio de su patria a España, donde murió pocos años después.
MI
PAPEL EN BERLÍN
EL
20 DE JULIO DE 1944
por Otto Remer, 1982
Mi asignación al regimiento de guardia "Grossdeutschland"
(Gran Alemania) en Berlín fue realmente una forma de descanso y recreación —mi
primera licencia desde el frente— después de mis muchas heridas y en
reconocimiento a mis condecoraciones de combate, incluyendo la Cruz de
Caballero con Hojas de Roble y la Medalla de Plata por Combate a Corta
Distancia (cuarenta y ocho días de
combate cuerpo a cuerpo). Más tarde yo sería herido otra vez. En total, yo iba
a comandar el regimiento de guardia durante sólo cuatro meses, ya que me sentí
obligado a estar de vuelta con mis camaradas en el frente.
Mi misión como comandante del regimiento
de guardia "Grossdeutschland",
que asumí al final de Mayo de 1944, era, aparte de deberes puramente
ceremoniales, salvaguardar el gobierno del Reich y la capital del Reich.
Puesto que había más de un millón de trabajadores extranjeros en Berlín y sus
cercanías inmediatas, la posibilidad de agitación interna tenía que ser
considerada. Alrededor del mediodía del 20 de Julio de 1944 el teniente 1º
doctor Hans Hagen, quien había sido severamente herido en el frente, concluyó
su conferencia sobre historia cultural ante los oficiales y oficiales menores
del regimiento. Él estaba agregado a mi regimiento sólo administrativamente y
de ninguna manera como un oficial político nacionalsocialista, como a menudo se
ha sostenido. Yo era el único líder del regimiento, tanto política como
militarmente.
Yo había invitado a Hagen a almorzar
después en mi cantón en el cuartel Rathenow, junto con mi ayudante, el teniente
1º Siebert. Este último, que había perdido un ojo en combate, era un pastor de
la Iglesia Confesante [Bekennende
Kirche, aquella rama de la Iglesia Protestante alemana que se oponía a
Hitler]. Él asistía a los servicios cada domingo en la iglesia de la
guarnición, con mi permiso expreso, aunque yo mismo hubiera abandonado la
Iglesia. Entre nosotros la libertad personal era la regla. Tampoco me molestaba
que, habiendo sido Siebert un guardia de asalto de las SA y un miembro del
Partido durante los años de lucha antes de que Hitler subiera al poder, él
hubiera dimitido de ambas organizaciones para protestar por comentarios
difamatorios hechos por su líder de partido local acerca de la ascendencia de
Jesucristo. El teniente Siebert no sufrió ninguna consecuencia adversa debido a
su dimisión.
En aquel
tiempo aquella clase de cosas era completamente posible, sin repercusiones. En
efecto, antes de que yo eligiera a Siebert como mi ayudante, debido a su
carácter, él me confidenció que mientras era todavía un guardia de asalto él había
irrumpido en una oficina de la Gestapo a fin de obtener documentos que
incriminaran a sus colegas en la Iglesia Confesante. Para mí, las admisiones
francas de Siebert eran sólo pruebas adicionales del espíritu personal que lo
recomendaba como un ayudante de confianza. Ésta es la forma en que era el
Tercer Reich, tan ampliamente execrado hoy en día. Ni en mi unidad ni en
el cuerpo de oficiales en conjunto prevalecía la inflexible estrechez de mente,
para no mencionar una especie de terror contra las opiniones discrepantes, que
es ejercida hoy contra los nacionalistas en Alemania Occidental por la Oficina
Federal para la Protección de la Constitución [Bundesamt für
Verfassungsschutz]. Ni tampoco nunca escuché que el pastor Siebert
se considerara a sí mismo como un combatiente de la resistencia o que él más
tarde pretendiera haber sido uno.
Característico de nuestra liberalidad fue
una conversación que ocurrió, después de un almuerzo, entre Hagen, el
historiador cultural de primera categoría, y el pastor Siebert acerca
del Heliand [una adaptación de la Biblia en antiguo sajón,
del siglo IX]. La cuestión tenía que ver con el grado hasta el cual fueron
invocadas las estructuras germánicas tradicionales a fin de presentar como
comprensible la doctrina nueva y foránea. Así, Cristo fue representado como un
jefe militar, y sus discípulos como una banda de guerreros. Después de un
momento, perdí el interés en la verbosa disputa de los dos eruditos gallos de
pelea, de modo que coloqué una reconciliatoria botella de vino en la mesa y me
dirigí hacia la piscina en la arena de deportes cercana para mantenerme en forma
para mi siguiente destinación en el frente.
Durante las primeras horas de la tarde del
20 de Julio de 1944 mi regimiento, como todas las unidades del Ejército de
Reemplazo (Ersatzheer), fue alertado
por la palabra en clave "Valkiria"
[Walküre]. "Valkiria" tenía previsto la movilización del Ejército de
Reemplazo en caso de disturbios internos. Mientras mi regimiento
automáticamente puso en práctica las medidas prescritas, fui convocado mientras
estaba en la piscina. Obedeciendo mis órdenes, conduje inmediatamente a mi
puesto designado, el Centro de Comando de la ciudad de Berlín, directamente a
través de la guardia de honor [y monumento] "Nueva Guardia" [Neue
Wache]. Mientras los otros comandantes de unidad esperaban en la antesala,
sólo yo fui admitido ante el comandante de la ciudad, el Mayor General (Paul)
von Hase, y se me dio el siguiente documento instructivo acerca de la situación
y mi misión:
"¡El Führer ha sufrido un accidente
fatal!. El desorden civil ha estallado. ¡El Ejército ha asumido la autoridad
ejecutiva! Se ordena que el regimiento de guardia concentre una gran fuerza,
reforzada para el contraataque, y que selle el área gubernamental de modo que
¡nadie, ni siquiera un general o un ministro del Gobierno, pueda entrar o
salir! Para apoyarlo a usted en la clausura de las calles y trenes subterráneos
¡transfiero al teniente coronel Wolters a vuestro comando!".
Cuando estas órdenes estaban siendo
publicadas, me vi impactado por la circunstancia de que un joven oficial del
personal general, el Mayor Hayessen, estuviera ayudando, mientras que el
oficial del Estado Mayor General más antiguo y experimentado, a quien yo
conocía personalmente, estuviera ocioso, inactivo y perceptiblemente nervioso.
Quedé muy naturalmente impresionado por las palabras del general, ya que sentí
que con la muerte de Hitler la posibilidad de un giro favorable en la guerra
casi había desaparecido. Inmediatamente, pregunté:
"¿Está realmente muerto el Führer? ¿Ha sido un accidente o ha sido asesinado? ¿Dónde han ocurrido las
perturbaciones civiles? No vi nada extraño mientras conducía por Berlín. ¿Por
qué la autoridad ejecutiva está pasando al Ejército y no a la Wehrmacht? ¿Quién es el sucesor del Führer? Según el testamento de Hitler, Hermann
Göring es automáticamente su sucesor. ¿Ha publicado él alguna orden o
proclama?".
Puesto que no recibí ni información
detallada ni respuestas claras a mis preguntas, la situación llegó a ser aún
más oscura, y sentí una cierta sensación de desconfianza incluso desde el principio.
Cuando traté de conseguir una breve vislumbre de los papeles que estaban ante
mí en la mesa, sobre todo para ver quién había firmado las órdenes, el Mayor
Hayessen ostentosamente los juntó y los puso en una carpeta. Cuando volví a mi
regimiento yo estaba oprimido por la noción de que "Adolf Hitler está muerto, ahora reina la confusión, y distintas
gentes tratarán probablemente de hacerse con el poder". Contemplé las
futuras luchas por la sucesión. Decidí que, en cualquier caso, yo no permitiría
que yo fuera mal utilizado en mi condición como el comandante de la única
unidad de élite en servicio activo en Berlín.
Mi regimiento estaba compuesto
completamente por soldados escogidos, probados en combate, con altas
condecoraciones por valentía. Cada oficial portaba la Cruz de los Caballeros. Tuve en cuenta también los acontecimientos
de 1918, después de los cuales las unidades de guardia de Berlín habían sido
criticadas por su falta de decisión, lo cual contribuyó al éxito de la Revolución.
Yo no tenía ningún deseo de exponerme a un reproche similar ante la Historia.
Cuando volví
a mis tropas, junté a mis oficiales y les informé de la situación y nuestras
órdenes. La presunta muerte de Adolf Hitler dejó en conmoción a oficiales y
hombres. Nunca en mi vida, ni siquiera en la derrota final de Alemania, yo
había presenciado tal desaliento. A pesar de las numerosas historias que
florecen hoy, ésa es la verdad absoluta: lo garantizo.
No hice ningún secreto para mis oficiales
que había mucho que todavía era confuso, en realidad misterioso para mí, y que
yo no permitiría de ninguna manera que yo o mi unidad fueran manipulados.
Expresamente exigí confianza incondicional y obediencia absoluta, tal como en
el frente, de cada uno de mis oficiales. Esta demanda algo extraña era debido a
una llamada telefónica que recibí durante las instrucciones que recibí de un
general que no reconocí —era probablemente el Mayor General Friedrich Olbricht—
del Alto Comando del Ejército de Reemplazo, que requisaba una compañía de mi
unidad para una comisión especial. Esa demanda la rechacé explícitamente,
señalando que yo había sido encomendando con una misión claramente definida y
que la dispersión de mis fuerzas no parecía aconsejable.
Después de dichas instrucciones recibí dos
informes que posteriormente me inquietaron. El primero era del teniente 1º el
doctor Hagen, un miembro de mi personal, que me informó que mientras iba camino
al cuartel él había visto al mariscal de campo Brauchitsch, con uniforme completo,
conduciendo su automóvil por las calles de Berlín. Eso era extraño, ya que
Brauchitsch estaba retirado. Considerando las circunstancias, su aparición en
uniforme parecía notable. Más tarde se aclaró que el oficial visto por el
doctor Hagen no podía haber sido Brauchitsch. Probablemente era uno de los
conspiradores.
El segundo informe desconcertante era del
teniente coronel Wolters, que había sido agregado a mi regimiento como un
oficial de enlace por el Centro de Comando. Él me dijo que yo no debía creer
que él estaba allí como un informante para llevar cuentas acerca de mí. Tal
comentario era completamente innecesario. No sólo era incongruente e irritante
sino que despertó precisamente la sospecha de que había sido diseñado para
tranquilizar: alguien tenía algo bajo su manga. Tal como resultó, las
instrucciones que le di a mis oficiales provocaron la preocupación del coronel.
A fin de evitar responsabilidades, él simplemente se fue a su casa, un curso de
acción impensable para un oficial en servicio activo.
Mis dudas en cuanto a que la descripción
del Mayor General Von Hase de la situación coincidía con los hechos, dudas
reforzadas por otra versión que decía que Hitler había sido asesinado por las
SS, me convencieron de que tenía que determinar los hechos por mí mismo. Decidí
llamar por teléfono a cada puesto de mando que yo pudiera. Eso era sólo un
reconocimiento básico, una rutina para cada comandante antes de comprometer sus
tropas. Huelga decir que este tipo de pensamiento y actuación está
completamente en desacuerdo con la conocida obediencia tipo autómata que los
denigradores del ejército del Tercer Reich le atribuyen.
Entre otras cosas decidí enviar al
teniente 1º doctor Hagen, que se había ofrecido con impaciencia, al Comisionado
de Defensa del Reich para Berlín, el doctor Joseph Goebbels. El doctor
Hagen había trabajado antes bajo el doctor Goebbels en el Ministerio de
Propaganda, y creí que enviándolo ante él yo sería informado acerca no sólo de
los militares sino también de la situación política. Gauleiter [gobernador provincial] y Comisionado de Defensa para
Berlín así como ministro de Propaganda, el doctor Goebbels era, a consecuencia
de anteriores cargos, patrono de la División "Grossdeutschland",
que estaba compuesta por soldados de todas las provincias del Reich.
Aproximadamente una hora y media después
de que fuera dada la orden de "Valkiria", mi regimiento, para
entonces listo para el combate, se trasladó a las áreas que debían ser selladas
de acuerdo con las órdenes del plan. Las unidades de guardia normales, como
aquellas que estaban en el Memorial de Guerra y en el Edificio Bendler (Bendlerblock), el cuartel central del
Comandante del Ejército de Reemplazo y de la Oficina de Producción de Defensa,
permanecieron en sus puestos. Aproximadamente a las 16:15 horas el teniente
Arends, el oficial de servicio en el Edificio Bendler, me relató que le habían
ordenado sellar todas las entradas al edificio. Un coronel (Albrecht) Mertz von
Quirnheim, a quien el teniente Arends no conocía, le había dado a este teniente
dicha misión. Arends había sido instruído posteriormente por el general
Olbricht para que abriera fuego contra cualquier unidad SS que pudiera
acercarse.
Después de
inspeccionar personalmente mis tropas en sus nuevas posiciones, aproximadamente
a las 17:00 horas volví una vez más donde el Comandante de la ciudad, el
general Von Hase, para informarle que yo había cumplido sus órdenes. En ese momento
me pidieron establecer mi puesto de mando allí en el Centro de Comando de la
Ciudad, frente al Memorial de Guerra. Yo había establecido ya un centro de
mensajes, comandado por el teniente Gees, en el cuartel Rathenow, con el cual
mantuve contacto telefónico. Entonces Von Hase me dio una misión adicional:
sellar un bloque de edificios al Norte de la Estación Anhalt (él me mostró
dónde en el mapa), muy fuertemente. Cuando comencé a llevar a cabo esas
órdenes, averigüé que el edificio designado alojaba a la Oficina Central de la
Seguridad del Reich.
La incomprensibilidad, para no mencionar
el engaño, de esta desorientadora orden, sólo podía reforzar mis sospechas.
¿Por qué no se me dieron órdenes explícitas de colocar bajo guardia la Oficina
Central de la Seguridad del Reich?
Demás está decir que yo habría cumplido incluso esa orden. Así, en mi tercera
visita al general Von Hase, le pregunté directamente: "Herr general, ¿por qué
estoy recibiendo órdenes formuladas tan obscuramente?. ¿Por qué simplemente no se
me decía que prestara especial atención a la Oficina Central de la Seguridad
del Reich?". Von Hase estaba
completamente nervioso y agitado. Él ni siquiera respondió a mi pregunta. Si
uno se pregunta hoy cómo un oficial joven como yo podía permitirse tal
familiaridad con un general, debería tenerse en cuenta que nosotros los jóvenes
comandantes nos veíamos a nosotros mismos como líderes aguerridos, probados en
combate, y teníamos escaso respeto por los guerreros de escritorio del frente
doméstico.
En conexión con esto me gustaría señalar
algo, basado en mi larga experiencia en el frente, que tal como en la Primera
Guerra Mundial fueron los comandantes veteranos de las compañías de choque los
que personificaron la experiencia en el frente, del mismo modo en la Segunda
Guerra Mundial fueron los comandantes jóvenes, que maduraron en el frente,
quienes habían forjado con sus tropas un compañerismo jurado de combate. Esos
hombres no sólo podían luchar sino que ellos querían luchar, en particular
desde que ellos creían en la victoria de Alemania.
Mientras estaba en la oficina del general
Von Hase oí por casualidad una conversación entre el general y su Primer
Oficial del Estado Mayor General en cuanto a que Goebbels debía ahora ser
arrestado, y que esa misión debía serme encomendada a mí. Ya que encontré aquello
un deber desagradable a la luz de mi tentativa de ponerme en contacto con
Goebbels, al punto entré y dije al general Von Hase:
"Herr general, me considero
inadecuado para esa misión. Como usted sabe, he estado con la División Grossdeutschland,
he llevado puesto su distintivo durante años. Para mí su misión sería muy poco
caballerosa, ya que como usted es indudablemente consciente, el doctor
Goebbels, en su condición como Gauleiter de Berlín, es al mismo tiempo
el patrono de la Grossdeutschland.
Sólo hace dos semanas hice a Goebbels mi primera visita como el nuevo
comandante del regimiento de guardia. Por estas razones considero inadecuado
que yo, en particular, sea ordenado que arreste a mi patrono".
Probablemente Von Hase simpatizó con mis
argumentos. Por no importa qué razones, él ahora ordenó que la policía militar
tomara en custodia al ministro del Reich
el doctor Goebbels. Alrededor de las 17:30 horas el teniente doctor Hagen
finalmente se reunió con el doctor Goebbels en su residencia privada, en el 20
de la calle Hermann-Göring al lado de la Puerta de Brandenburgo, después de
haber tratado en vano de verlo en el Ministerio de Propaganda. El ministro del Reich no tenía ni idea del peligro en el
que él estaba. Fue sólo después de que Hagen, a fin de enfatizar cuán seria era
la situación, hizo notar ciertos vehículos del regimiento de guardia desde los
cuales salieron disparos, que Goebbels tuvo temor. Él gritó: "Esto es imposible, ¿qué haremos?".
A lo cual Hagen sugirió: "Lo mejor sería que usted convocara a mi
comandante aquí".
Goebbels preguntó bruscamente: "¿Se puede confiar en su
comandante?". "¡Yo
entregaría mi vida por él!", contestó Hagen.
Cuando yo salía por el pasillo justo
después de abandonar la oficina del Comandante de la Ciudad, finalmente
encontré mi rumbo a consecuencia de que Hagen me hubiera puesto en contacto con
Goebbels. Hagen había conducido de vuelta al cuartel, le había dado a Gees sus
instrucciones, y luego había conducido a mi nuevo puesto de mando en el Centro
de Comando, que estaba siendo fuertemente custodiado. Para evitar cualquier
obstáculo, él no entró en el edificio sino que informó de la situación a mi
ayudante, el teniente Siebert, y a mi ordenanza, el teniente Buck, pidiéndoles
que me informaran sin tardanza. Ellos hicieron un informe como sigue:
"¡Hay una situación completamente
nueva!. ¡Éste es probablemente un golpe de Estado militar!. ¡Nada más se sabe!.
¡El Comisionado de Defensa del Reich solicita que usted venga tan rápidamente como le sea posible!
Si usted no está allí dentro de veinte minutos, él supondrá que usted está
siendo retenido a la fuerza. En ese caso él se verá obligado a alertar a las Waffen-SS. Para evitar la guerra civil, él ha ordenado hasta entonces que
el Leibstandarte [el regimiento guardaespaldas personal de Hitler, la 1ª
División de las Waffen-SS] permanezca
donde está".
Cuando me enteré de estas cosas por mi
ayudante, decidí ver al general Von Hase una vez más. Que yo todavía confiaba
en el Mayor General, hasta entonces, es demostrado por el hecho de que hice que
el teniente Buck me repitiera nuevamente, en presencia de Von Hase, el mensaje
de Goebbels. Yo no quería parecer un intrigante; como un oficial de combate
veterano era mi práctica poner todos mis naipes en la mesa.
Von Hase
rechazó bruscamente mi petición de cumplir con la convocatoria del Comisionado
de Defensa del Reich de modo que yo
pudiera clarificar la situación para el interés de todos los involucrados.
Después de dejar el Centro de Comando sin interferencia, deliberé, junto con mi
ayudante, el teniente Siebert —hoy un pastor en Núremberg— en cuanto a
lo que yo debería hacer. Mi papel clave en esa situación difícil y obscura, que
yo no había provocado, estaba cada vez más clara para mí. Sentí que a esas
alturas mi cabeza estaba en orden también. Después de evaluar la situación tan
cuidadosamente como pude entonces, decidí que a pesar de la orden de Von Hase
en contrario yo iría donde Goebbels. Mis motivos fueron los siguientes:
—Primero,
yo no quería ser privado de mi libertad de acción bajo ninguna circunstancia,
como a menudo pasaba en el frente. A menudo había una línea muy delgada entre
ser recompensado con una alta condecoración o ser condenado a muerte por una
corte marcial.
—Segundo,
me sentía todavía ligado por mi juramento; hasta entonces el informe de la
muerte del Führer era al menos dudoso. Por lo tanto, tenía que actuar de
acuerdo con el juramento que juré ante la bandera.
—Tercero,
en el frente yo había tomado muchas veces decisiones responsables por cuenta
propia, decisiones cuya corrección fue confirmada al haberme sido concedidas
altas condecoraciones. Muchas situaciones sólo pueden ser dominadas por una
acción decisiva. Me sentí como uno de mis camaradas en el frente, que no
entenderían que yo hubiera permanecido ociosamente por falta de coraje cívico.
Yo no podía permitirme la responsabilidad de dejar que las cosas llegaran a un
final fatal. Pensé en 1918.
—Cuarto,
yo estaba bajo un apremio, ya que Goebbels tenía proyectos de alertar a las
Waffen-SS, surgiendo la posibilidad de que estallase una guerra fraterna entre
dos fuerzas, cada una probada en combate. Como el comandante de la única unidad
de élite en Berlín en servicio activo, yo era responsable de las vidas de los
hombres confiados a mí. Emplearlos en un asunto totalmente confuso no era mi
deber.
Sin embargo, no confiaba completamente en
Goebbels tampoco, ya que yo todavía suponía que Hitler estaba muerto, y creía
que una lucha por la sucesión era posible. Yo estaba lejos de querer permitir
que yo mismo y mi unidad fuésemos empujados a una moderna lucha de Diádocos
[los generales que se disputaron el poder después de la muerte Alejandro
Magno]. En vista de que el papel de Goebbels permanecía confuso, llevé conmigo
al teniente Buck y a un pelotón de soldados. Sus órdenes eran ir y sacarme si
yo no salía desde la residencia de Goebbels en quince minutos. Entonces,
después de liberar el seguro de mi pistola, entré en la oficina del ministro
del Reich, donde yo había sido
impacientemente esperado, y pedí a Goebbels que me orientara. Con eso, Goebbels
me pidió que le dijera todo lo que yo sabía.
Así lo hice, aunque yo no revelé que Von
Hase tenía la intención de arrestarlo, ya que yo todavía estaba confuso en
cuanto al papel de Goebbels en todo esto. Cuando él me preguntó qué pretendía
hacer yo, le dije que yo me atendría a mis órdenes militares y que estaba
determinado a cumplirlas incluso si el Führer ya no estuviera vivo, que
yo me sentía obligado por mi juramento, y sólo podría actuar de acuerdo con mi
conciencia como un oficial. En eso Goebbels me miró con asombro y gritó: "¿De
qué está hablando usted? ¡El Führer
está vivo! He hablado con él por teléfono. ¡El asesinato fracasó! Usted ha sido
engañado".
Esa información me llegó como una completa
sorpresa. Cuando oí que el Führer todavía estaba vivo, me sentí
enormemente aliviado. Pero yo todavía sospechaba. Por lo tanto pedí a Goebbels
que me asegurara, bajo su palabra de honor, que lo que él decía era verdadero y
que él estaba incondicionalmente detrás del Führer. Goebbels vaciló al
principio, porque él no comprendía la razón de mi petición.
Fue sólo
después de que le repetí que como oficial necesitaba su palabra de honor a fin
de ver mi camino claro, que él accedió. Mi deseo de llamar por teléfono al
cuartel central del Führer coincidió
con el suyo. Dentro de unos segundos estuve conectado con el Refugio del
Lobo [Wolfsschanze] en
Rastenburg en Prusia del Este. Para mi gran sorpresa, Hitler mismo estaba al
otro lado de la línea.
Goebbels rápidamente explicó la situación
al Führer y luego me dio el receptor. Adolf Hitler me dijo,
aproximadamente, lo siguiente: "Mayor
Remer, ¿puede usted oírme, reconoce usted mi voz?. ¿Me entiende usted?".
Contesté afirmativamente, pero yo estaba, sin embargo, incierto. Cruzó
rápidamente por mi mente la idea de que alguien podría probablemente estar
imitando la voz del Führer. Desde luego yo me había familiarizado
personalmente con la voz del Führer durante el año anterior, cuando,
después de que él me había concedido las Hojas de Roble a la Cruz de
Caballero, yo había sido capaz de hablar solo y muy francamente con él
durante una hora acerca de las preocupaciones y las miserias del frente. Fue
sólo cuando él siguió hablando por el teléfono que llegué a convencerme de que
yo en efecto estaba hablando con Hitler. Él continuó:
"Como usted puede ver, estoy vivo. El
asesinato ha fallado, la Providencia no lo quiso. Una pequeña camarilla de
oficiales ambiciosos, desleales, y traidores quiso matarme. Ahora sacaremos a
estos saboteadores al frente. Haremos un trabajo rápido con esta plaga
traidora, con la fuerza bruta si es necesario.
"A partir de este momento, Mayor
Remer, le doy completa autoridad en Berlín. Usted es responsable ante mí
personalmente, y exclusivamente, por la restauración inmediata de la paz y la
seguridad en la capital del Reich. Usted
permanecerá bajo mis órdenes personales para este fin hasta que el Reichsführer Himmler llegue allí y lo releve de la
responsabilidad".
Las palabras del Führer eran muy
tranquilas, determinadas y convincentes. Yo pude respirar un suspiro de alivio,
ya que la conversación había despejado todas mis dudas. El juramento de soldado
que yo había hecho al Führer era todavía obligatorio, y era el principio
guía de mis acciones. Ahora mi única preocupación era eliminar malentendidos y
evitar un innecesario baño de sangre, actuando rápidamente y con decisión.
Goebbels me pidió que le informara del
contenido de mi conversación con Hitler, y me preguntó qué tenía yo la
intención de hacer después. Él puso los cuartos de abajo de su casa a mi
disposición, y establecí un nuevo puesto de mando allí. En ese entonces eran
las 18:30 horas. El primer informe del atentado con bomba en el cuartel central
del Führer fue transmitido por la Gran Red Alemana de Emisoras alrededor
de quince minutos más tarde.
Debido a mi visita al Centro de Comando de
la Ciudad de Berlín yo tenía una vaga idea, en su mayor parte, de las
disposiciones de las unidades que avanzaban sobre Berlín. Para dejar que sus
comandantes conocieran la verdadera situación, envié a oficiales del Estado
Mayor en todas las direcciones para llevar la noticia. El éxito fue total. La
pregunta "El Führer, ¿con él o contra él?" obró milagros.
Me gustaría declarar inequívocamente que
cada uno de esos oficiales al mando, que, como yo, estaban indignados con lo
que había pasado, se había puesto incondicionalmente a mis órdenes, aunque
todos ellos me excedieran en grado. Así, ellos demostraron que los juramentos
de sus soldados eran obligatorios para ellos también. Las dificultades,
transitorias en su naturaleza, surgieron aquí y allá, donde las instrucciones
personales no eran inmediatamente posibles.
Debido a la
incertidumbre predominante y debido a malentendidos —algunos pensaron que los
regimientos de guardias que habían sellado sus áreas designadas significaba que
se habían amotinado—, en dos ocasiones mi regimiento estuvo a punto de ser
atacado a tiros por otras unidades. En la plaza Fehrbelliner una brigada armada
se había reunido por orden de los conspiradores, pero una orden dada por radio
por el teniente general (Heinz) Guderian la removió del control de los conspiradores.
A partir de entonces esa unidad emprendió
el reconocimiento y equivocadamente concluyó que el regimiento de guardia "Grossdeutschland" estaba del
lado de los conspiradores y había aprehendido al ministro del Reich
Goebbels. Varios de los tanques de la brigada avanzaron tentativamente, y el
baño de sangre podría haber sido casi cierto si yo no hubiera intervenido
personalmente para aclarar la confusión.
Lo mismo sucedió delante del Edificio
Bendler, el cuartel central del Comandante del Ejército de Reemplazo, cuando
una compañía de granaderos blindados [panzergrenadier]
trató de tomar el control de mi guardia, que había sido autorizada por el Führer. La enérgica intervención de los
oficiales de mi regimiento hizo posible una aclaración en el último momento, e
impidió que soldados alemanes se dispararan unos a otros. Aquí también la
pregunta "Hitler, ¿con él o contra
él?" se demostró decisiva.
Yo había enviado a uno de mis comandantes
de compañía, el capitán Schlee, al Edificio Bendler a fin de aclarar las cosas.
En ese momento yo no tenía idea de que los líderes de la conspiración tenían su
cuartel central allí. Schlee tenía órdenes de retirar nuestros guardias, porque
yo quería, tanto como fuese posible, evitar un derramamiento de sangre. Cuando
él llegó le ordenaron ver al general Olbricht. Él tomó la precaución de decirle
a la guardia que lo sacaran por la fuerza en el caso de que él no retornase
prontamente. De hecho él fue puesto bajo arresto en la sala de espera del
general por el coronel Mertz von Quirnheim, quien le dijo que se quedara allí.
Cuando Mertz entró en la oficina de Olbricht, sin embargo, Schlee simplemente
se marchó de allí.
Cuando él volvió a nuestra guardia, el
teniente Arends le informó de un extraño acontecimiento. Él había oído gritos
que provenían de un piso superior del edificio, y en ese momento una máquina de
escribir y un teléfono salieron volando por la ventana hacia el patio. Schlee
dio media vuelta y condujo una patrulla hasta arriba para averiguar lo que
estaba sucediendo. Él rápidamente identificó el cuarto desde el cual provenía
el ruido; estaba cerrado con llave, pero no bajo guardia, y la llave estaba
todavía en la cerradura.
Dentro estaba el general Von Kortzfleisch,
comandante general del Distrito Militar de Berlín. Había sido él quien había
lanzado los objetos por la ventana. El general había sido convocado al Edificio
Bendler para recibir sus órdenes. A su llegada, él rechazó rotundamente
cooperar con los conspiradores. Él fue detenido y encerrado, pero sin guardias.
Ahora que él estaba libre, nos dio nuestra primera información en cuanto a los
líderes de la conspiración.
A las 19:30
horas nuestros guardias fueron relevados, de acuerdo con las órdenes. Olbricht
tuvo que sustituír a nuestro grupo de guardias con sus propios oficiales. El
comandante de la nueva guardia era el teniente coronel Fritz von der Lancken.
Cuando Schlee se estaba yendo se enteró por un capitán del centro de
comunicaciones en el Edificio Bendler que al Mayor Remer el Führer le
había ordenado aplastar el golpe de Estado. Ellos habían sido capaces de
escuchar por casualidad mi conversación con el Führer, y habían
reconocido que los télex que ellos debían enviar eran las órdenes de los
conspiradores. Así, los hombres en el centro de comunicaciones deliberadamente
retrasaron el envío de los mensajes, o en algunos casos no los enviaron en
absoluto. Verdaderamente un plan magistralmente preparado: ¡los conspiradores
no tuvieron cómplices!.
Además, los télex y los mensajes
telefónicos siguieron llegando desde el cuartel central del Führer,
haciendo del actual estado de cosas algo completamente claro. Innumerables
órdenes fueron dadas a finales de aquella tarde del 20 de Julio. Entre otras
medidas moví a la brigada de reemplazo del Grossdeutschland desde
Cottbus a las afueras de Berlín como una reserva de combate. La brigada,
también, había recibido diferentes órdenes de los conspiradores de antemano. Su
probado y verdadero comandante, el coronel Schulte-Neuhaus, que había perdido
un brazo en combate y a quien yo conocía desde el frente, se reportó a mi
puesto de mando. Yo lo presenté a Goebbels.
Mientras tanto concentré mis propias
tropas más estrechamente alrededor del complejo de la Cancillería del Reich,
y formé una fuerte reserva de combate en el jardín de la residencia oficial de
Goebbels. Goebbels me pidió que yo le hablara a las tropas reunidas allí, lo
cual hice. La indignación de éstos por los arteros sucesos era tan grande que
ellos habrían despedazado a cada conspirador, si hubieran estado allí. Luego
sellé el Centro de Comando de la Ciudad, ya que yo tenía la impresión de que
había varios personajes cuestionables allí. También me enteré de que después de
mi rechazo a arrestar a Goebbels, a la policía militar se le había ordenado
hacer aquello. Esperé en vano que apareciera. Más tarde oí que ni una sola
unidad estaba dispuesta a detener al doctor Goebbels, de modo que aquello le
fue dejado al propio Von Hase.
El Comandante
de la Ciudad estaba en ese momento en el cuartel central del vice-comandante,
hacia el cual él había conducido a fin de planificar posteriores medidas con el
general, que había sido instalado allí por los conspiradores. Ellos habían
hablado de cosas durante dos horas sin llegar a una decisión, comportamiento
típico de esos conspiradores que rehúyen el combate.
Después de que se me informó del regreso
del general Von Hase al Centro de Comando de la Ciudad, le pedí por teléfono
que fuera a mi puesto de mando en la residencia de Goebbels a fin de clarificar
la situación. Al principio él rechazó mi invitación, y exigió que, ya que yo
era su subordinado, yo debería reportarme ante él en el Centro de Comando.
Fue sólo después de que le informé que
personalmente el Führer me había ordenado restaurar la paz y el orden,
como su subordinado inmediato; que por lo tanto von Hasse estaba bajo mis
órdenes; y que yo iría y lo agarraría si él no aparecía por su propia voluntad,
que el general llegó. En ese punto yo todavía estaba bajo la impresión de que
Von Hase, que a menudo había sido mi invitado en el club de oficiales, quien
con frecuencia expresó su solidaridad con los soldados en el frente, y quien
bajo ningún concepto omitió un "¡Sieg Heil!" a su querido Führer
en cualquier discurso, había sido engañado, como yo lo había sido, y que era
inconsciente de los hechos. Por lo tanto me disculpé por mi inusual
tratamiento. A su llegada Von Hase fue la afabilidad personificada; él incluso
me elogió por mi independencia y resolución, y por buscar a Goebbels, gracias a
lo cual yo evité muchos malos tratos.
Incluso con Goebbels Von Hase hizo el
papel de inocente, y actuó como si él no hubiese tenido ninguna noción de
ninguna conspiración. Se le pidió estar preparado para posterior información, y
un cuarto fue colocado a su disposición. Cuando Von Hase abandonó la oficina de
Goebbels, hubo un incidente embarazoso, que me hizo, como un oficial alemán,
ruborizarme de vergüenza. En esas muy tensas circunstancias, Von Hase declaró
que él había estado ocupado el día entero y no había comido nada. Goebbels
inmediatamente ofreció hacer preparar un sandwich
y le preguntó si le gustaría además una copa de vino del Rin o del Mosela. Tan
pronto como Von Hase había abandonado la oficina, Goebbels se mofó:
"Mi nombre es Liebre [Hase],
no sé nada. Ésa es la materia de la que están hechos nuestros generales
revolucionarios de golpes de Estado, que con los hierros todavía en el fuego
ellos quieren ser agasajados, y llamar a sus mamás por teléfono. En su lugar yo
vería mi lengua arrancada antes de que yo hiciera tales desdeñables
peticiones".
Dos acontecimientos ilustran cuán poco
pensamiento y planificación hubo en el golpe de Estado. Mis conversaciones y
órdenes fueron enviadas por el mismo centro de comunicaciones en el Edificio
Bendler, el cuartel central de la conspiración, desde el cual las órdenes de
los complotadores estaban siendo diseminadas en todas las direcciones.
Los oficiales de comunicaciones podrían
haber retrasado mis órdenes o no haberlas transmitido en absoluto, o podrían
haber interrumpido mis llamadas telefónicas, nada de lo cual ellos hicieron.
Incluso recibí un mensaje del Servicio de Radiodifusión del Reich,
preguntándome qué estaba pasando. Por consiguiente, yo fui capaz de dar la
orden de que de ninguna manera fuera hecha ninguna transmisión no programada.
Por lo tanto este importante medio de comunicación le fue negado a los
complotadores también. ¿Qué ocurrió en el Centro de Difusión en Masurenallee?
Al Mayor Jacob le habían ordenado ocupar el Centro de Radiodifusión. De manera
bastante asombrosa no le habían ordenado transmitir ningún anuncio, ni cerrar
la estación. Él intentó llamar por teléfono a los conspiradores para reportar
su ocupación de la emisora de radio y solicitar órdenes adicionales.
Él no tuvo suerte, y de todos modos él no
fue puesto en comunicación, como ocurrió en muchas oficinas. Para los soldados
de primera línea la pérdida de conexiones telefónicas era un acontecimiento frecuente.
En tal caso el procedimiento normal era establecer comunicaciones por radio o
enviar a un mensajero. El Mayor Jacob tenía una teleimpresora a su disposición
también, pero él no usó ninguno de esos métodos. (Claus Schenk conde de) Stauffenberg, el oficial del Estado Mayor General que
planificó el golpe de Estado, no se preocupó en absoluto de proporcionar
mensajeros en motocicleta. ¡Tales detalles triviales fueron estudiadamente
pasados por alto!.
Rudolf-Gunther Wagner, el hombre que debía transmitir las proclamas de
los conspiradores, dijo más tarde:
"Yo había sabido durante años que
yo debía transmitir la proclama durante el día del golpe de Estado. Esperé con
febril impaciencia la llegada del teniente que debía traerme la proclama. Lamentablemente
esperé en vano, hasta que escuché por los altavoces de Goebbels que el
asesinato había fracasado".
Como es bien sabido ahora, el general
Lindemann, que tenía el texto de la proclama, no iba a ser encontrado en
ninguna parte. El general Beck no estuvo dispuesto a intervenir; él le pidió a
Hans-Bernd Gisevius, un conspirador en la Abwehr [agencia de
Inteligencia militar], que llevara la proclama. Primero, sin embargo, Gisevius
tuvo que redactar rápidamente una nueva declaración, mientras los conspiradores
Stauffenberg, Hoepner, Yorck, Schwerin y Schulenburg le hicieron sugerencias.
Por este fiasco, también, Stauffenberg, el manejador de la conspiración, carga
con la responsabilidad. Mantener una radioemisora en funcionamiento requiere
personal experto y de confianza. Un equipo había sido pedido al Centro de
Comando de la Ciudad, pero esperó allí en vano hasta que fue arrestado durante
la contra-reacción. Hans Kasper, que era parte de la Operación Jacob,
más tarde comentó:
"Fue
hacia ese momento que colapsó el 20 de Julio. Desde la perspectiva de un editor
de radio, aquello fue trágico. Trágico porque la manera en que los detalles
fueron manejados hizo obvio que esa rebelión había tenido muy poca posibilidad
de éxito".
Mientras tanto
el teniente Schlee me había relatado lo que estaba sucediendo en el Edificio
Bendler. Yo no sabía nada de la historia interna. Ni que el teniente general (Friedrich)
Fromm, comandante en jefe del Ejército de Reemplazo, se había retirado del
complot y había sido detenido por los conspiradores. A Schlee posteriormente se
le ordenó, después de que nuestros guardias habían sido relevados, rodear y
sellar el Edificio Bendler, sin entrar en él. Aproximadamente a las 19:00 horas
sentí que yo tenía controlada la situación en Berlín. La tensión comenzó a
hundirse.–
* *
* * *
REMER HABLA
El levantamiento, o, mejor dicho, la
rebelión, del 20 de Julio de 1944, fracasó no debido a mi intervención sino más
bien debido a la carencia interior de objetivos y conceptualización por parte
de sus heterogéneos participantes, aparentemente una clase de la nobleza
privilegiada pero sometida, quienes estaban, por supuesto, unidos en su rechazo
a Hitler, pero quienes estaban completamente desunidos en todos los otros asuntos.
El golpe de Estado falló porque comenzó con ideas confusas, fue preparado con
medios insuficientes, y fue llevado a cabo con torpeza casi asombrosa. Además,
también se sabe que ningún apoyo político fue prometido desde fuera de
Alemania, lo que significó que el único resultado posible habría sido la
rendición incondicional.
* * *
Nadie tiene que preguntarse lo que habría
ocurrido si el proyecto del 20 de Julio de 1944 hubiera tenido éxito. El frente
del Este alemán, que entonces estaba implicado en batallas defensivas muy
serias, habría sufrido indudablemente un colapso a consecuencia de la guerra
civil que inevitablemente habría estallado, y la subsiguiente interrupción de
provisiones... Un colapso del frente del Este, sin embargo, no sólo habría
significado la deportación adicional de millones de soldados alemanes a los
campos de exterminio del cautiverio ruso, sino que también habría impedido la
evacuación de innumerables mujeres y niños que vivían en los territorios del
Este del Reich o de quienes
habían sido evacuados a aquellas áreas a consecuencia de los ataques aéreos de
terror realizados por los Aliados occidentales.
* * *
Precisamente debido a sus experiencias en
el frente del Este, cada soldado pensante sabía lo que nos ocurriría si
fuéramos a perder esa guerra. Los soldados alemanes estaban convencidos muy
profundamente de la necesidad de esa lucha en el interés de la supervivencia de
nuestro continente. No habíamos atacado a Rusia por la pura ansia de
conquistar. Más bien, nos vimos obligados a actuar porque los soviéticos habían
desplegado fuerzas superiores de más de 256 divisiones a fin de invadir Europa
en un momento oportuno.
* * *
Durante mi vida he llegado a conocer y
entender más de 50 países, en particular el mundo árabe y el África negra. Esos
países viven bajo sistemas políticos diversos. En contraste con nosotros, todas
esas naciones aman y respetan sus propias patrias, y están orgullosos de sus
propios países y tradiciones.
* * *
El sistema de "reeducación"
después de 1945 ha convertido a los alemanes en un pueblo neurotizado. Esta
condición psíquico-espiritual de la sociedad en la República Federal [Alemana]
por lo tanto la deja incapaz de una auto-conciencia o de tomar decisivas
contra-medidas contra la izquierdista organizada revalorización del orden
natural de la vida.
* * *
Una democracia no es buena y aceptable
porque se llama a sí misma una democracia, sino más bien cuando reconoce y
respeta los valores tradicionales y vivos de su propia comunidad nacional.
También creo que en cada país democrático occidental, incluso aquí en Alemania,
nadie puede estar feliz con una democracia que tampoco tiene un respeto
positivo por su propio pueblo, Estado y nación. Contrariamente al dogma
predominante, he obtenido la impresión de que los seres humanos no son iguales,
aunque no fuera por ninguna otra razón que sobre la base de sus muy diferentes
puntos de vista culturales. Sin embargo, he observado que en todas partes del
mundo, los nacionalistas y aquellos que aman sus propios países son capaces de
hablar con cada otro en el mismo lenguaje y comprenderse unos a otros, el cual
no es el caso entre los demócratas de cada país.
* * *
Cuando uno observa la tumultuosa
difamación del Tercer Reich y
las continuas y repulsivas auto-acusaciones, uno tiene que preguntarse: ¿Es
Hitler todavía tan fuerte y la República Federal Alemana tan débil que los
ignorantes ciudadanos de Alemania pueden ser convencidos del valor de esta
democracia sólo por la repetitiva repetición de las viejas confesiones de
auto-culpa? No lo creo. A largo plazo, la verdad histórica no puede ser
suprimida.–
* * * * *
Otto-Ernst
Remer Sentenciado a 22 Meses
de
Encarcelamiento por Publicaciones Revisionistas
por Mark Weber
Un tribunal alemán ha condenado a
Otto-Ernst Remer, un general retirado del Ejército de 80 años, a 22 meses de
encarcelamiento por publicar artículos que cuestionan las [inventadas] matanzas
de masas del tiempo de la guerra en Auschwitz en cámaras de gas.
El 22 de Octubre de 1992, un tribunal
penal en Schweinfurt encontró a Remer culpable de "incitación popular" e "incitación al odio racial" debido a declaraciones
supuestamente anti-judías publicadas en cinco ediciones de su periódico
tabloide de amplia circulación, el Remer Depesche.
Comparando al acusado con Mefistófeles del
Fausto de Goethe, el acusador público estatal sostuvo que el objetivo
del Remer Depesche es promover la ideología nacionalsocialista. El
acusador también habló del "crudo
insulto de Remer contra millones de víctimas", e insistió en que la
historia del exterminio del "Holocausto" es "un hecho histórico obvio" que
no necesita ser demostrado en el tribunal.
Los jueces aparentemente estuvieron de
acuerdo. Las condenas anteriores del incorregible acusado por esta misma
acusación deberían haber sido una advertencia para él, declaró el tribunal.
Agregado a su culpa, dijeron los jueces, está el hecho de que copias de su
periódico fueron distribuídas a muchas casas y escuelas, e incluso a países
extranjeros. (A causa de la franqueza de Remer, el gobierno de Bonn había
suspendido ya la pensión del acusado).
Pruebas
de la Defensa Rechazadas
El alto y delgado octogenario acusado dejó
a sus dos abogados —el doctor Herbert Schaller y Hajo Herrmann— que hablaran
por él durante el curso del proceso de dos días. Durante la Segunda Guerra
Mundial, el doctor Schaller sirvió como un oficial muy condecorado en el frente
del Este. Herrmann fue uno de pilotos de caza y comandantes de la fuerza aérea
del tiempo de la guerra más exitosos de Alemania.
Las publicaciones de Remer no son odiosas
o anti-judías, argumentaron los abogados de la defensa, sino que están en
cambio destinadas a defender al pueblo alemán contra la acusación de la
responsabilidad colectiva por el asesinato de masas de judíos. De hecho,
señalaron ellos, el Remer Depesche es publicado por la Sociedad J. G.
Burg, nombrada así por un sobreviviente judío de la persecución del tiempo
de la guerra que declaró en beneficio de Ernst Zündel en el "Juicio del
Holocausto" en Toronto en 1988.
La historia
del exterminio del "Holocausto" no es en absoluto "obvia", dijeron los abogados,
y citaron opiniones públicas de varios países para mostrar que un debate
internacional existe precisamente en esta cuestión. La "confesión" de
posguerra del comandante de Auschwitz Rudolf Höss, que es ampliamente citada
como prueba de los gaseamientos masivos, carece de valor, dijeron los abogados,
porque fue obtenida mediante tortura. Ellos también citaron la existencia de
burdeles, conciertos y tratamiento médico para los presidiarios en los campos
de concentración del tiempo de la guerra.
Para mostrar que las declaraciones
supuestamente criminales hechas en el Remer
Depesche son justificables, los abogados de la defensa prepararon 34
documentos de prueba, incluyendo un informe del ingeniero alemán Germar Rudolf
acerca de su examen forense in situ de las presuntas cámaras de gas de
exterminio en Auschwitz, fotografías de reconocimiento aéreas Aliadas tomadas
en 1944 del complejo del campo, así como a varios testigos. Los jueces
rechazaron considerar ninguna de estas pruebas.
Los abogados de Remer criticaron
vehementemente el rechazo del tribunal a considerar sus pruebas, indicando que
el tribunal está legalmente obligado a considerar cualquier prueba que pudiera
exonerar a un acusado.
En un Estado democrático, añadieron ellos,
el Gobierno debe ser neutral sobre cuestiones históricas, y debería permitir un
libre intercambio de opiniones contrapuestas. Es escandaloso que los
funcionarios estatales no sólo no hagan ningún esfuerzo para refutar lo que su
acusado ha dicho, sino que simplemente insistan en que él no tiene ningún
derecho a expresar sus opiniones disidentes sobre este asunto. Que el Gobierno
alemán todavía rechace dar cualquier consideración seria a las abundantes
pruebas de que no hubo ningún exterminio masivo de judíos, sino que en cambio
simplemente diga que aquél es un "hecho
obvio" es, en una democracia, "indignante",
dijeron los abogados.
Apoyo en la Sala del Tribunal
Remer nunca ha abandonado la lucha, como
él lo ve, por el bien de su pueblo. Sus partidarios llamaron a este juicio "la
última gran batalla por Alemania" del retirado comandante.
La sala del tribunal estaba completamente
abarrotada durante los procedimientos, y a muchos que quisieron asistir se les
tuvo que rechazar el ingreso por falta de asientos. La mayor parte de aquellos
que asistieron apoyaron firmemente a Remer. Durante las interrupciones en los
procedimientos, ellos le hicieron comentarios como: "Lo felicito por su
coraje", y "Señor Remer, le deseo todo lo mejor como un alemán
decente".
Señalando que el "delito" de
Remer era una "expresión no violenta
de opinión", los abogados de la defensa caracterizaron el
procedimiento como "una clase
especial de proceso político". Remer mismo describió al tribunal como
un "tribunal del régimen",
y expresó la esperanza de que "quizás
llegará el día en que a este tribunal le serán pedidas cuentas" por su
comportamiento.
Una condena a
prisión por 22 meses, sin suspensión, es normalmente decretada en Alemania sólo
contra criminales importantes, como incendiarios y traficantes de droga. Para
un hombre de 80 años como Remer, una condena a prisión de 22 meses puede ser
fácilmente una cadena perpetua.
El veredicto de Octubre está siendo
apelado, pero la perspectiva para el éxito no es buena.
Remer, que participó como expositor en la
Octava Conferencia del IHR en 1987, es una figura histórica. Como un joven
oficial al mando del regimiento de guardia de Berlín en Julio de 1944, él
desempeñó un papel fundamental en la supresión de la fracasada tentativa de
algunos conspiradores para matar a Hitler [con una bomba] y hacerse con el
poder en un violento golpe de Estado.
Remer fue
promovido finalmente a general, y al final de la guerra estaba sirviendo como
un comandante en Pomerania. Entre otras condecoraciones, le concedieron la Cruz
de Caballero con Hojas de Roble, la Medalla Dorada por Heridas, la Cruz
Alemana de Oro, y la Medalla de Plata por Combate Cercano por 48
encuentros de combate a corta distancia.–
Primera Parte
http://editorial-streicher.blogspot.cl/2015/08/otto-remer-vida-hechos-y-entrevista.html
Tercera Parte
http://editorial-streicher.blogspot.cl/2015/08/otto-remer-entrevista-1993.html
Espectacular, felicito a este blogspot y al General Remer!!
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