Nuevamente desde nacional-revolucionario.blogspot.com hemos rescatado otro escrito del filósofo
español Jaume Farrerons, que en esta oportunidad se ocupa del asunto de cómo
debe conducirse de mejor manera un ataque efectivo sobre la ideología que tiene
adormecida a la gran mayoría. Puesto que esa lucha se ha de ganar primeramente
en el campo conceptual, es poniendo de relieve lo que el sistema vive haciendo
a un lado, la manera en que debe actuarse para producir el mayor daño sin
otorgarle a aquél el derecho (en los países que todavía cuentan con un sistema medianamente
legalista, porque en los que carecen de ello, ni hablar) de usar sus clásicas
armas retórico-penales.
¿Es
Posible una Revolución Democrática?
La Disidencia
Simbólica
como
Estrategia Pacifista de Liberación Ciudadana
por Jaume Farrerons
20 de
Noviembre de 2011
El
20 de Noviembre de 2011 se cumplen cuatro años de la fundación de esta
bitácora. Muchas cosas han cambiado desde entonces a nuestro alrededor, pero
quizá lo más sorprendente es que el propio trabajo de acreditación de los
hechos y de las ideas reflejados en la publicación de internet conocida en 77
países como Filosofía Crítica (una de las muchas que están erosionando, poco a
poco pero inexorablemente, el discurso político oficial), nos ha cambiado a
nosotros mismos por dentro. Hoy, en efecto, yo ya no aceptaría lo que entonces
afirmé sobre ―y es sólo un ejemplo― las cifras de víctimas del "Holocausto",
sino que abriría un enorme y significativo interrogante, el cual tendrá más
valor incluso ―de cara a unos ciudadanos totalmente confusos al respecto― que
la pura y simple "negación de Auschwitz". Otro tanto cabe añadir por
lo que concierne al uso masivo y sistemático de cámaras de gas y hornos
crematorios en un proyecto de exterminio del pueblo judío perpetrado por el
Estado alemán durante la Segunda Guerra Mundial. No niego, ni negaré nunca, que
los judíos fueron objeto de persecución bajo el Tercer Reich, pero las características y dimensiones del suceso han sido,
a mi entender, y ahora ya sin ningún género de dudas, exageradas y utilizadas
con fines propagandísticos de dudosa moralidad. Finalmente, después de cuatro
años estudiando el tema, entiendo que mientras sigan vigentes en Europa y el
resto de Occidente las leyes que persiguen y castigan a quienes osen cuestionar
el relato oficial del "Holocausto", el deber de todas las personas
con titulaciones universitarias no puede ser otra que hacer explícito un
silencio-protesta universal contra el mencionado marco legal de represión
antidemocrática.
De la
ortodoxia crítica al agnosticismo activo
Para
resumirlo: como Nolte, yo era un ortodoxo crítico cuando fundé este blog. Todavía aceptaba la cifra de 4
millones de víctimas judías, que se basaba en un manual de Historia totalmente
corriente y poco sospechoso de nazismo,
a saber, la Historia Universal de la
Editorial Siglo XX, tomo 34 El Siglo XX.
Europa 1918-1945, (1980), de R. A. C. Parker, en cuya página 407 leemos lo
siguiente:
«No
se conoce exactamente el número de asesinados, pero parece correcto aceptar un
mínimo de cuatro millones y un máximo de unos seis».
¡Un
máximo de "unos seis" y un mínimo de 4 millones!... El autor remite,
en su nota 27, a las siguientes fuentes: L. Poliakov, "Quel est le nombre de victimes?",
en Revue d'Histoire de la Deuxième Guerre Mondiale, Octubre de 1956, pp. 88-96;
G. Reitlinger, The Final Solution,
Londres, 1953, pp. 489-501; y R. Hilberg, The
Destruction of the European Jews, Chicago-Londres, 1961, p. 767. Obsérvese
que la valoración se basa en publicaciones anteriores y posteriores al
reconocimiento oficial de que nunca hubo cámaras de gas en los campos situados
dentro de las fronteras políticas del Reich
(Martin Broszat, "Die Zeit", 19 de Agosto de 1960). De ahí quizá la
enorme horquilla que se abre entre los 4 y los 6 millones, pero utilizando en
el otro extremo la curiosa expresión "unos seis", que podría
significar cinco y medio. En su obra "La
Revisión del Holocausto" (Madrid, 1994), un auténtico fraude pseudo-científico
ampliamente refutado por el revisionista E. Aynat, César Vidal sostiene que
"el número total de judíos asesinados por los nazis fue cercano a los seis millones de personas" (op. cit.,
p. 153). ¿Qué significa "cercano"?. ¿Cuatro millones es
"cercano" a "unos" seis?. Las vacilaciones de los autores
ortodoxos precríticos resultan tan notorias, que no hace falta ser precisamente
un "nazi" sediento de sangre para esbozar una sonrisa ante esta
"ciencia" tan poco rigurosa.
Acepté
los cuatro millones (el mínimo de R. A. C. Parker) porque el autor de este blog era ya entonces crítico, pero
dentro de la ortodoxia. En cuanto a las cámaras de gas, ya habían sido, comos
sabemos, relativizadas por Goldhagen, otro ortodoxo que me resisto a calificar
de crítico, en "Los Verdugos Voluntarios
de Hitler" (1996). Ortodoxia crítica es más bien, por ejemplo, la de
Ernst Nolte, quien roza en ocasiones el agnosticismo:
«Cuando las
reglas de examen de testigos se hayan generalizado y ya no se evalúen las
declaraciones objetivas de acuerdo con criterios políticos, sólo entonces se
habrá construído una base sólida para el esfuerzo por lograr objetividad
científica respecto a la "solución final"» (Nolte, E., La Guerra Civil Europea, 1917-1945, FCE,
México, 2001, pp. 485-486, n. 106).
Hoy,
después de varios años estudiando el tema y de conocer los cambios en las
placas de Auschwitz acontecidos tras la caída del comunismo, en las cuales se
pasó de cuatro millones de víctimas a un millón y medio en este campo, mientras
Hilberg introduce, entrado ya el siglo XXI, nuevas "rebajas" en la
reciente reedición de su monumental clásico, yo, que aprendí a sumar y restar
en la escuela, he optado por esgrimir mi derecho a la duda.
Nada
nos obliga a "confesar" nuestra postura heterodoxa sobre el "Holocausto".
Las cifras de víctimas judías, las causas de su muerte, etcétera, ya se verán.
Pero sólo ¡cuando la investigación de los hechos sea verdaderamente libre y los
ortodoxos precríticos acepten un debate público que respete las normas y
principios de la "comunidad ideal de diálogo" (Habermas)!. Mientras
una pistola apunte a la cabeza de los heterodoxos críticos y de nosotros, los agnósticos,
tenemos el derecho ―y el deber― de negarnos a hablar, ya sea como
investigadores, ya como ciudadanos. Esta es la situación a la que el
revisionismo nos ha conducido, desde Paul Rassinier a Robert Faurisson, con la
sola fuerza de sus razones.
En
cambio, podemos y debemos manifestar nuestro agnosticismo activo como protesta
cívica ante la represión brutal ―que incluye, en algunos casos, la agresión
física y el asesinato― de los historiadores e investigadores críticos y de los
heterodoxos en general. Los promotores de este agnosticismo activo se
abstendrán así de participar en actos de conmemoración de la Shoah, de "condenar" el
"Holocausto" y de emitir mensajes favorables a los beneficiarios de
la propaganda oficial sobre el tema, a saber, los sionistas y el Estado de
Israel, hasta que las leyes lesivas de la libertad de expresión, en Europa y Occidente,
sean derogadas. En general, renunciarán al lenguaje "anti-fascista",
consistente en calificar de "fascista"
cualquier atrocidad genocida, incluídas las de los propios israelíes contra los
palestinos. Este lenguaje no es inocente y sólo sirve para exonerar a los
verdaderos asesinos, que no son necesariamente fascistas sino, en muchas
ocasiones, demasiadas, sionistas o comunistas o liberales. ¡Basta de
propaganda!. !Las cosas por su nombre!.
El
agnosticismo que propongo no es sólo activo por su abstención cívica, sino,
ante todo, porque debe promover, mientras coloca su grave interrogante sobre el
discurso victimista del sionismo, el conocimiento histórico de los genocidios,
crímenes de guerra y crímenes contra la Humanidad perpetrados por los
vencedores de la Segunda Guerra Mundial y, ya en la posguerra, por el Estado de
Israel (la Nakba). Se trata de sentar
a los fiscales y jueces de Nüremberg en el banquillo de los acusados para que
respondan por sus asesinatos de masas. Omitir este deber y seguir hablando de
"derechos humanos" convierte a quienes así se comporten en miserables
hipócritas.
La
estrategia defensiva de negar el "Holocausto" pertenece a los
revisionistas, entendiendo que debe establecerse entre ellos y los
agnosticistas críticos una distinción de principio que Chomsky ha marcado con
claridad. Así, mientras reivindicamos el derecho de los revisionistas a
cuestionar la narración hollywoodiense de la Shoah, nosotros, lo subrrayo, no nos vamos a pronunciar sobre el
número de víctimas judías o el supuesto uso sistemático de cámaras de gas,
hornos crematorios y cuestiones semejantes; pero en cambio, sí denunciaremos
las atrocidades simbolizadas por nombres como Dresden, Kolymá, Hiroshima y
Palestina. Esta estrategia contra los criminales que nos gobiernan no es, por
tanto, meramente (auto)exoneradora, sino ofensiva. Se trata con ella de reivindicar
la legislación vigente sobre derechos humanos, documentando los hechos con
rigor, y de interponer los procesos judiciales correspondientes ante tribunales
competentes, reclamando, en su defecto, la constitución de los mismos; de
alertar, en suma, sobre el doble rasero de las instituciones pseudo-democráticas
a la hora de aplicar dicha legislacíón "humanitaria".
Podemos
acreditar la impunidad, incoherente con la normativa internacional vigente de
derechos humanos, y la evidencia de:
• de 8 a 13 millones de víctimas del
genocidio planificado y perpetrado contra el pueblo alemán (1941-1948),
• los crímenes contra la Humanidad
perpetrados por el Estado de Israel contra el pueblo palestino y
• el
uso de bombas atómicas contra la población civil japonesa como crimen de
guerra. Entre otros.
La
criminal impunidad de tales atrocidades ―que nadie se atreve a cuestionar:
limítanse, los "intelectuales" y políticos, a ignorarlas― representa
el mayor abono concebible para la duda respecto de que la exagerada o manipulada
narración del "Holocausto" y para que la persecución de los
investigadores revisionistas no sea más que un aspecto en la comisión de las
mismas. La demolición crítica de las "narraciones" (cinematográficas,
literarias, periodísticas, historiográficas...) utilizadas para legitimar a los
vencedores de la Segunda Guerra Mundial, es decir, a los mayores asesinos de
masas de la Historia, y la acreditación teórica, jurídica y política de la
realidad de sus fechorías impunes, forman también, por tanto, las dos caras de
la moneda de un hecho histórico unitario.
Tal
planteamiento puede parecer más "moderado" que el puramente
heterodoxo crítico (o revisionista) en orden a cuestionar la criminalidad del
sistema oligárquico transnacional ―el enemigo político de la filosofía crítica―,
pero los historiadores ortodoxos, en realidad auténticos ideólogos (sionistas)
que gestionan la "Historia" como fuente de legitimación del poder
oligárquico, han expresado ya su temor ante el desarrollo de lo que ellos
llaman un nuevo revisionismo "banalizador", basado menos en el cuestionamiento
inequívoco del "Holocausto" que en la contextualización a los abusos
cometidos por Alemania, sobre cuyas dimensiones y características omite aquél
pronunciarse por razones obvias.
¿Cómo
sería posible una revolución democrática?
El
agnosticismo activo respecto de la historia del "Holocausto" responde
también, por otro lado, a la pregunta: ¿cómo sería posible la revolución hoy?.
Parece evidente que, por una simple cuestión material, las revoluciones
violentas están condenadas al fracaso. Los medios tecnológicos con que cuenta
la oligarquía son de una capacidad destructiva tan aplastante, que la añeja
fórmula romántica "el pueblo unido
jamás será vencido", entendiendo por tal el irresistible peso casi
físico de la mayoría, ya no puede considerarse más que una añoranza poética del
pasado. Sin embargo, en contrapartida, hay que decir que el sistema oligárquico
no gobierna por la fuerza, sino mediante la manipulación y que, en este
sentido, depende de la creencia subjetiva masiva en la existencia de una
legitimidad democrática. El sistema oligárquico no puede utilizar así, contra
la gente, de manera indiscriminada, el poder de que dispone sin deslegitimarse
de forma automática. El sistema reprime y silencia a los disidentes,
ensordeciendo además esta represión, pero debe renunciar a regañadientes a
aplicar semejante estrategia a gran escala, por lo menos en los países
centrales (otra cosa es Bagdad o Gaza). En consecuencia, tanto de un lado como
de otro, la victoria y la derrota se deciden en el terreno de lo simbólico, es
decir, de la ideología.
La
victoria sobre el sistema oligárquico sólo puede ser incruenta y debe aceptar
pues, como premisa metódica, la prohibición de derramar una sola gota se sangre
(aunque no cabe duda de que el sistema ya está utilizando los asesinatos
selectivos para eliminar a sus críticos, la merecida respuesta popular sería
calificada de "terrorismo" y abortada sin contemplaciones). ¿Existe,
por tanto, alguna vía estratégica para la revolución? A mi entender, sin duda
la hay, a saber: la revolución pacífica por excelencia es la negación de la
narración oficial del "Holocausto". La falsación rigurosa de este
mito oficial y la caída de la oligarquía señalan el haz y el envés de un único
proceso de transformación histórica. Y a la inversa: no hay derrota de la
oligarquía si se perpetúa, de una u otra manera, el mito de Auschwitz y la
ideología anti-fascista (o su lenguaje y hasta su jerga vulgar).
Ahora
bien, dicho esto, conviene advertir que en la actualidad resultará estéril o
asaz costoso abordar el cuestionamiento del mitema central de la Shoah ―los 6 millones y las cámaras de
gas― de manera frontal. El motivo es que resulta imposible criticar el anti-fascismo
sin caer en la trampa simbólica de la identificación automática con el neo-fascismo.
Tanto la fábula de Auschwitz como la jerga anti-fascista deben ser rodeados por
los flancos poniendo en primer plano los genocidios, crímenes de guerra y
crímenes contra la Humanidad perpetrados por los vencedores. Sólo entonces el
postulado en que se sustenta el anti-fascismo y, por tanto, el relato
fraudulento u obscenamente exagerado sobre "Auschwitz", caeria por su
propio peso. En cambio, el cuestionamiento lineal y monotemático del anti-fascismo
nos condena a soportar el estigma de fascistas
y, una vez más, a embarrancarnos y enlodarnos en las eternas escaramuzas
defensivas de los negacionistas.
El
sionismo no puede ser derrotado mientras los críticos deban defenderse y ocupar
todas sus fuerzas en una exculpación frente a la imputación
"demoníaco-inquisitorial" de ser fascistas. Y ya sabemos que esa
difamación recae incluso sobre personas como Chomsky, que no han dicho nunca ni
una sola palabra respecto del plan Kaufman-Morgenthau de exterminio del pueblo
alemán, por poner un ejemplo. La victoria sobre el adversario oligárquico sólo
se producirá por deslegitimación política cuando éste sufra un ataque simbólico
(discursivo) de carácter plenamente democrático que ponga en flagrante
contradicción los propios discursos jurídicos humanitarios del sistema, por un
lado, y la realidad impune de los crímenes de masas que ha perpetrado, por
otro. La red es el punto de partida
de esta revolución. Y ello sin que se nombre para nada a Auschwitz o al
fascismo, lo que de alguna manera me desautoriza personalmente para realizar
esta tarea, pues quien suscribe llega ya demasiado lejos incluso haciendo
públicas estas palabras. Pero alguien totalmente limpio de polvo y paja puede
poner en marcha el proyecto del agnosticismo activo. En cualquier caso,
mientras ese alguien no aparezca, nosotros mismos estamos ya velis nolis en el quehacer de desafiar
al poder desde la izquierda y los derechos humanos, es decir, desde valores
como la verdad racional, la justicia social y la libertad democrática, signos
que el sistema oligárquico no puede negar sin abjurar de sus propios
fundamentos, pero que no puede tampoco lógicamente afirmar mientras atenta
contra la libertad de expresión y mantiene simultáneamente en una vergonzante
impunidad los crímenes de masas más horrendos que la historia registra.
La
única esperanza del sistema oligárquico, que también hace aguas por otras
brechas, es expulsar dichos crímenes de masas fuera de la conciencia y de la
visibilidad públicas todo el tiempo que le sea ya posible. Para ello cuenta con
la inestimable colaboración de los medios de comunicación, de los políticos
profesionales y de una intelectualidad cobarde, mentirosa, corrupta y adicta a
las delicias del pesebre institucional. Nuestra guerra es ésta: romper el cerco
de silenciamiento represivo contra la verdad, hacer llegar, en discursos
intermedios ubicados entre la ciencia/filosofía y el periodismo (como es el
caso de este blog) un mensaje de duda
razonable a la mayoría de los ciudadanos, generando a la par estructuras
asociativas, políticas, sindicales y culturales que nos permitan emplazar
nuestros "cañones" meramente infomativos en el espacio de una neo-izquierda
ilustrada de carácter patriótico, socialista y nacional-popular.
Para
demoler la narración oficial sobre el "Holocausto", hito histórico
que pondrá fin pacíficamente a la dominación de la oligarquía sionista, es
necesario olvidarse, por tanto, durante cierto tiempo, del propio "Holocausto",
así como del "fascismo". Hay que rehuír también, consecuentemente, y
en este caso ya para siempre, a la extrema derecha en todas sus formas:
católica, racial, identitaria, franquista, franco-falangista... Es menester
institucionalizar un espacio social y simbólico nuevo, al que hemos denominado
la izquierda nacional. Un lugar
erigido sobre los pilares de los derechos humanos, la defensa de la democracia,
la justicia social y, más importante todavía (porque es este aspecto aparentemente
insignificante el que lo cambia todo) la verdad racional. Será, en efecto, el
signo de la verdad racional, silenciosamente contrapuesto a la "felicidad
del mayor número", el que nos permitirá transitar de la izquierda
internacionalista marxista a la izquierda nacional heideggeriana. Se trata de
algo tan radical, tan profundo en su trascendencia, que podría sustraerse a la
vista de un contemplador superficial desconocedor de la Filosofía. Pero en
dicha apelación a la verdad racional resta marcada, de manera definitiva, la
diferencia entre los heterodoxos (carne de la represión sistémica) y los
agnósticos activos, quienes hemos dejado atrás el fascismo experimentándolo
hasta el final sin tener, por tanto, que disimular un doble lenguaje.
Estamos
señalando, como se ve, la dirección de un camino, una hoja de ruta, que no nos
obliga a enzarzarnos, de buenas a primeras, en la cruenta guerra de desgaste
del negacionismo de Auschwitz, cuyas conexiones con el neo-fascismo, aunque a
menudo exageradas, no dejan de ser ciertas en demasiados casos. Pero este
camino no sólo ha de resultar transitable, sino, de alguna manera, necesario,
exigido por la propia lógica de la historia de Europa. Al hablar de filosofía
crítica, agnosticismo activo e izquierda nacional es necesario contextualizar
la circunstancia en la que nos encontramos; sólo ésta permite otorgar su
verdadero sentido a tales conceptos y directrices de acción. Ya no se trata
únicamente de una crisis del discurso relativo a Auschwitz provocada por décadas
de lucha revisionista en internet,
con decenas de héroes y caídos que han sacrificado su profesión, su salud y
hasta su vida por la causa europea; es que la crisis económica y la crisis de
legitimación de las instituciones provocada por la corrupción política, la
asfixiante y desvergonzada tiranía de la alta finanza y el consiguiente
desmantelamiento oligárquico galopante de hasta las meras apariencias de una
democracia social, generan por sí mismos el terreno más receptivo y fértil para
el discurso crítico del agnosticismo activo y, por ende, para la acción
política de la izquierda nacional. Será el éxito político, primero local, luego
regional y finalmente estatal, el que posibilite el acceso a las instituciones
académicas cuya revisión de la historia contemporánea pondrá fin a las
manipulaciones en torno al "Holocausto". Tras el desenmascaramiento
de aquéllas, no se hará esperar el desmoronamiento del poder de la oligarquía,
expulsado al otro lado del Atlántico si, como creemos, es Europa la primera región
del planeta que hace suya, como forma de vida, la Gran Verdad de la Finitud,
fruto granado de dos mil años de pensamiento filosófico.
El
tiempo está cerca. El año 2012 puede ser decisivo en esta lucha que habrá de
refundar la cultura europea y arrastrar consigo, junto a Auschwitz, el otro
gran mito del sepulcro vacío,
tradición profética y mesiánica judeocristiana que escóndese en el germen de la
decadente sociedad de consumo actual en tanto que mera secularización judía del
reino del dios Yahvé. Esa promesa falaz, que permitió hace milenios implantar
el fraude consciente de un estafador hebreo, Saúl de Tarso, en las tierras
griegas paganas y gentiles de la filosofía, la ciencia y la razón, arrancando
de raíz el espíritu trágico-heroico de la gran tradición indoeuropea; que
engañó a los pueblos con imágenes estupefacientes de "felicidad" en
el "más allá" y otras fábulas (de las que el "Holocausto"
no es más que la oscura contraparte infernal, asimismo secularizada en forma de
ideología política anti-fascista), esta doctrina fuente de todas nuestras
desgracias universalistas, sostengo, debe caer también con la Shoah, el imperialismo yanqui y el
Estado de Israel.
Todos
aquellos europeos de espíritu que, en el mundo, puedan y quieran aportar sus
fuerzas a la batalla, deben hacerlo ahora: no habrá una segunda oportunidad
para nuestra causa.−
Muy interesante, finalmente estamos en 2012, que hay de esa refundación de la cultura Europea?
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